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desconcierto, los hombres del capitán general sacaron ventaja y desbarataron el levantamiento. El capitán general fue implacable. Encausó a más de 40 hombres, entre los que se encontraba el maestre de la Concepción, el guipuzcoano Juan Sebastián Elcano. La necesidad de contar con ellos para seguir adelante les libró del castigo. No hubo piedad para el capitán Gaspar de Quesada, decapitado y después descuartizado. Idéntica suerte corrió el cadáver de Luis de Mendoza, responsable de la Victoria y víctima de la hoja oculta bajo la capa de Espinosa. Cartagena escapó del verdugo, quizás por su proximidad al rey, pero fue abandonado poco después y con provisiones mínimas junto al capellán Pedro Sánchez de Reina. Por su servicio, Espinosa recibió 12 ducados de oro y, tras el reajuste de responsabilidades, pasó a ser piloto de la Concepción; Mesquita recibió el mando de la San Antonio y Duarte Barbosa, cuñado del capitán general, el de la Victoria. PIERDEN LA SANTIAGO Todavía instalados en San Julián, la Santiago fue enviada a explorar el río del Puerto de Santa Cruz y terminó varada a causa de un temporal. Se perdió el buque, aunque se salvó parte de la carga. Dos apuntes más de esta escala: uno, la alta cualificación de los pilotos de la Casa de Contratación. El piloto de la San Antonio, Andrés de San Martín, fijó con solo 47 minutos de diferencia respecto a los datos actuales la longitud de su posición. Otro, el encuentro con los pobladores locales, a los que llamaron «patagones». Los vieron tan altos con respecto a ellos que les parecieron gigantes. El nombre que les dieron pudo deberse a su calzado, unas albarcas de guanaco que agradaban más sus pies o inspirarse en un gigante de la novela Primaleón (Francisco Vázquez, 1512), entonces muy popular. Los afables patagones desaparecieron cuando, con engaños, Magallanes capturó a dos para llevarlos ante el rey, pero ninguno sobrevivió. El 21 de agosto la expedición dejaba San Julián y aún se afanaba en hallar el paso al mar del Sur. No fue hasta dos meses después cuando dieron los primeros pasos en el buen camino. Avistaron un cabo, al que llamaron de las Once mil vírgenes, por ser el día de Santa Úrsula, y que Albo, piloto y cronista, situó en los 52 grados de latitud. Las medidas actuales lo fijan en los 52º 20‘. La San Antonio y la Concepción se adentraron en la bahía que se abría ante ellos, a continuación encontraron otra y una más, y regresaron con la buena nueva. Archivo Museo Naval de Madrid Instrucción real dada a Fernando de Magallanes antes de iniciar su viaje. Por fin, parecían haber hallado el tan ansiado paso. Mientras, la Trinidad y la Victoria, que aguardaban el regreso padecieron una vez más los rigores de las tempestades. También vieron en las alturas humaredas, por lo que llamaron al paraje Tierra de Fuego. Parece ser que, por momentos, ante la tardanza en el regreso de los expedicionarios y el mal tiempo, pensaron que eran señales de auxilio, pero no habían sido tales, ya que estas iban a volver con la esperada noticia y con salvas en señal de éxito. Empezaba otro desafío. Sin embargo, no todas las naves lo afrontaron. La San Antonio, la nao mejor armada, cargada de víveres y repuestos —indica Marceli- no González— desertó y puso rumbo a Sevilla a través de las Malvinas y Guinea. Llegó el 6 de junio de 1521 guiada por el piloto portugués Esteban Gómez. El 1 de noviembre, la armada de la Especiería surcaba ya el estrecho que unía los mares de Colón y Balboa. Fue bautizado «de Todos los Santos», festividad del día, pero hoy se le conoce como estrecho de Magallanes. Navegaron por sus aguas hasta alcanzar el cabo Fermoso, según Albo, también conocido como Deseado y Pilar, a idéntica latitud que el de las Once mil vírgenes. EN EL MAR DEL SUR Con fuerzas renovadas, más de un año después de iniciar el viaje surcaban el mar de Balboa, al que rebautizaron «Pacífico », dada la tranquila bienvenida que los había dado después de tantos pesares. Al poco, se iban a dar cuenta de que su amabilidad no era tal, pero el nombre tomó poso y se mantiene hasta hoy. No obstante, hasta las emancipaciones americanas siguió en uso el de mar del Sur. Pusieron rumbo norte, porque se sabía que la Especiería estaba en latitudes próximas al Ecuador y, por idénticas razones, prosiguieron hacia el oeste. Abandonaron el abrigo de la costa. Solo contaban con su pericia e instrumentos de navegación, pero, al menos por un tiempo la fortuna, o Providencia, hizo que los vientos alisios del sur les empujaron en diagonal por las nuevas aguas. Pigafetta apuntó: «Si Dios y su Santa Madre no nos hubiesen concedido una feliz navegación, hubiéramos perecido de hambre todos en alta mar. Pienso que nadie en el porvenir se aventurará a emprender viaje parecido». Pero, la dicha no fue completa. Muchos enfermaron de escorbuto por la falta de vitamina C. Se manifestaba, entre otros síntomas, por el sangrado de las encías, y la causa era no disponer de alimentos frescos. Parece ser, que la carne de Mayo 2019 Revista Española de Defensa 13


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