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a Sanlúcar de Barrameda, con solo otros 17 hombres, el 6 de septiembre de 1522. Las consecuencias más inmediatas de estas exploraciones fueron la inauguración de una red de intercambios intercontinentales, que fueron humanos, biológicos, agropecuarios, culturales y económicos, que incluyeron la creación de redes comerciales entre los diversos continentes y la integración de los mismos en un sistema económico mundial. Este proceso, que implicó a todos los mundos, generó, paradójicamente, la aparición de un solo mundo y la posibilidad de concebir por primera vez una historia universal. La primera vuelta al mundo es, en efecto, uno de los mayores acontecimientos de la historia de la humanidad. Las narraciones del viaje y la difusión de nuevos datos geográficos y etnográficos contribuyeron a ampliar el horizonte mental de la época. Antonio Pigafetta, el principal cronista (oficioso) de la expedición, era consciente de la importancia de su minucioso registro, cuando decía orgulloso, al presentarse ante el ya emperador Carlos V: «Partiendo de Sevilla, pasé a Valladolid, donde presenté a la sacra Majestad de Don Carlos, no oro ni plata, sino cosas para obtener mucho aprecio de tamaño Señor. Entre las otras, le di un libro, escrito por mi mano, con todas las cosas pasadas, día a día, en nuestro viaje». Naturalmente, las repercusiones llegaron aún más lejos. Las aspiraciones de España sobre las Molucas solo se extendieron durante la década de los años veinte, pues tras el fracaso de la Museo Naval de Madrid armada de frey García Jofre de Loaysa (donde además perdería la vida Juan Sebastián Elcano), Carlos V renunciaría a las Molucas a favor de Portugal por el tratado de Zaragoza de 22 de abril de 1529, sin que nunca se hiciese efectiva una cláusula de reversión estipulada en el mismo (que implicaba la devolución de los 350.000 ducados de oro pagados por el rey portugués). Ello, sin embargo, no fue óbice para la ocupación española de parte del Maluco entre 1606 y 1662 (e incluso de la isla de Siao en el norte de las islas Sulawesi hasta 1677), antes y después de la unión de las Coronas de España y Portugal, que también propició, además del aludido mantenimiento del control sobre las islas de Tidore y Ternate, la defensa de Macao, la gran factoría lusitana en China, frente al ataque de los holandeses en 1622, y la ocupación de la isla de Formosa (Taiwán) entre 1626 y 1642, defendida también de los holandeses desde los fuertes españoles de Jilong y Tamsui. La primera vuelta al mundo fue la clave de bóveda para que hoy podamos hablar de una primera globalización o de una primera mundialización. Una globalización que se hizo per Ibericos, es decir, traduciendo la frase latina, por la mediación de las naciones ibéricas, por lo que el historiador francés Pierre Chaunu pudo titular un famoso libro Les Philippines et le Pacifique des Ibériques, ya que Felipe II pudo establecer su soberanía sobre esas Islas Filipinas, que servirían para extender la influencia española por todo Extremo Oriente y por la Micronesia (con la ocupación en el siglo XVII de las Islas Marianas, que sirvieron de etapa para las travesías hispanas desde Asia a América, y de las Islas Carolinas y Palaos, retenidas por menor tiempo). Mayo 2019 Revista Española de Defensa 9


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