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Hélène Gicquel multinacionales. La exploración espacial es de hecho uno de los ámbitos de mayor éxito en la cooperación internacional. Pese a todas las dificultades de acceso y permanencia en el espacio, los beneficios de su utilización son inmensos. Muchas actividades de nuestra vida diaria se convertirían en imposibles sin el apoyo de la red de satélites en órbita, y la situación no es diferente desde el punto de vista de la seguridad y la defensa. Sin satélites, muchos sistemas de armas simplemente no funcionarían, y tanto la toma de decisiones como el movimiento y despliegue de fuerzas se ralentizarían dramáticamente. Las utilidades esenciales que proporcionan los satélites para la defensa son tres. La primera es la observación y vigilancia, bien óptica, bien mediante radar. La segunda es actuar en apoyo de los sistemas de telecomunicaciones. Por último, la utilidad de más reciente desarrollo es el posicionamiento geográfico, que permite que un receptor sobre la superficie terrestre pueda conocer en cualquier momento su situación geográfica mediante la conexión a varios satélites. Hay una cuarta capacidad potencial, que afortunadamente no se ha desarrollado apenas, y es el despliegue de armas, especialmente armas nucleares, en el espacio. El peligro de las armas nucleares orbitales, de las que tanto Estados Unidos como la Unión Soviética iniciaron desarrollos en los años 60, tuvo mucho que ver con la firma del Tratado del Espacio Exterior en 1967 que, desde entonces, ha acotado considerablemente lo que se puede hacer en el espacio desde el punto de vista estratégico. En líneas generales el Tratado establecía tres principios básicos, que desde entonces se han convertido en la piedra angular tanto de la exploración como de la estrategia espacial: —El espacio exterior es un bien común de toda la Humanidad. —El espacio exterior debe ser utilizado con fines pacíficos, y se prohíbe el despliegue en él de armas nucleares, las pruebas de armamento, la realización de maniobras militares o el establecimiento de bases, instalaciones y fortificaciones militares. —Los estados son responsables de sus actividades en el espacio, y mantienen la soberanía sobre los objetos que sitúen en él. DUELO MÁS ALLÁ DE LA ATMÓSFERA TERRESTRE El creciente papel de los satélites en la seguridad y la defensa hizo inevitable que se pensase en cómo neutralizar las redes de satélites enemigas en un potencial conflicto, pero las soluciones son de momento caras y técnicamente complejas. Para neutralizar un satélite hay diversas alternativas. La más sencilla es la guerra electrónica, interfiriendo la recepción de sus emisiones (jamming). Esto puede ser relativamente fácil con satélites situados en órbitas muy altas que emiten señales débiles, como los satélites de posicionamiento geográfico (situados a unos 20.000 kilómetros) o los satélites de comunicaciones geoestacionarios, con órbitas sincronizadas con la rotación terrestre situadas a unos 35.000 kilómetros. No obstante, existen múltiples contramedidas para hacer frente al jamming, orientadas normalmente a incrementar la potencia de la señal emitida. La destrucción física del satélite es una medida más cara y difícil, pero también definitiva. Para ello es necesario enviar un proyectil hasta una altura de cientos o miles de kilómetros, con un sistema de guiado que le permita interceptar a un objeto relativamente pequeño que se mueve a velocidades de entre 11.000 y 27.000 kilómetros por hora. Incluso cuando el objetivo es un satélite propio, del que se conoce perfectamente su situación en todo momento, el reto tecnológico es considerable. Por ahora cuatro países han realizado pruebas antisatélite (ASAT) con éxito. Estados Unidos ha destruido dos de sus propios satélites, en 1985 y 2008. China realizó con éxito una prueba ASAT en 2007, destruyendo un satélite inoperativo. India se convirtió en la Febrero 2020 Revista Española de Defensa 55


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