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siguiente potencia en demostrar sus capacidades en 2019, con la destrucción de un satélite situado a 300 km de altura. De Rusia siempre se ha supuesto que tiene capacidades ASAT considerables, en algunos casos de proyectos heredados de la Unión Soviética. Sin embargo, no hay constancia de destrucción real de satélites en órbita, aunque si de pruebas de vuelo de misiles con misión ASAT, como el PL-19 Nudol. En todo caso, de momento solo se han podido destruir satélites propios situados en órbitas bajas. Interceptar un satélite ajeno, sin control sobre sus movimientos, supone un desafío bastante más complejo. Si además se trata de satélites de posicionamiento geográfico o de telecomunicaciones geoestacionarios, situados en órbitas muy altas, la cuestión se complica y encarece hasta un punto en el que cabe preguntarse si vale la pena intentar la destrucción física. La respuesta obvia a las limitaciones de los sistemas antisatélites situados en tierra, es disponer de plataformas situadas en órbita. Son los denominados «satélites asesinos», capaces de maniobrar entre órbitas, que pueden eliminar un buen número de satélites enemigos con el coste de un solo lanzamiento. Sin embargo, hasta el momento los satélites asesinos han existido más en la literatura de ficción que en la realidad. En 2018, Estados Unidos acusó a Rusia de estar probando uno de ellos al comprobar el extraño comportamiento y la capacidad de maniobra del Kosmos 2521. No existen sin embargo pruebas definitivas de que se tratase de un programa de satélites ASAT. Algo similar ocurre con el vehículo orbital norteamericano X-37, también capaz de maniobrar entre órbitas, y que podría utilizarse para capturar satélites enemigos. La posibilidad de capturar satélites en lugar de destruirlos es especialmente interesante puesto que se evita la producción de fragmentos, habitual en la destrucción física, que US Air Force podrían representar un serio riesgo para otros vehículos espaciales. No obstante, el mayor reto al que se enfrentan las armas ASAT es la progresiva miniaturización de los satélites, que implica también una considerable reducción en los costes de lanzamiento. La producción de microsatélites, de los que se puede poner en órbita una flota completa en un solo lanzamiento, puede convertir los esfuerzos por destruirlos físicamente en algo antieconómico. En algunos casos ni siquiera hace falta un lanzamiento espacial, y los microsatélites pueden ser colocados en órbita desde un caza a gran altura, como en el programa español Pilum. Aunque un sistema ASAT pudiese interferir, destruir o retirar la mayor parte de una flota de microsatélites, no costaría mucho volver a colocar en órbita otra flota que reemplazase a la anterior. POSIBILIDADES ECONÓMICAS Y COMERCIALES Uno de los aspectos más importantes que el Tratado del Espacio Exterior no dejó claro fue el derecho a la explotación de recursos comerciales en el espacio. Si bien un estado no podía reclamar la soberanía sobre un cuerpo celeste, no se decía nada sobre la explotación comercial de los recursos minerales que ese cuerpo pudiera contener. Este vacío legal ha sido aprovechado en años recientes por varios estados para reclamar su derecho a la explotación de recursos en el espacio. Hoy en día la explotación económica de los recursos espaciales se enfrenta todavía al problema de los elevados costes, pero cada vez más estados y empresas tienen claro que la relación entre costes y potenciales beneficios se está equilibrando. En unos años, la explotación comercial de algunos recursos minerales y energéticos de alto valor podría ser ya rentable. Es el caso del helio 3 lunar, con interesantes perspectivas como combustible en reactores de fisión, o del platino, La idea de que el espacio exterior debe ser un entorno de paz y un bien común debería ser conservada 56 Revista Española de Defensa Febrero 2020


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