Reportaje Central <<
de Madrid, se ataca sobre Cazalegas.
Hay que tomar el pueblo antes del anochecer,
pero la aviación enemiga bombardea
tenazmente nuestras posiciones
y hace un denso fuego con todas sus
armas; el padre Huidobro entra en funciones,
va sorteando los bultos de los
que, tumbados en el suelo, disparan
sin cesar. Con un valor extraordinario
y sin atender a las exhortaciones que
se le hacían, serenamente asiste a los
que caen, acarrea agua, distribuye rancho
en frío, ayuda a evacuar bajas y,
sin hacer distinción de ideas o colores,
atiende y recoge heridos que quedan en
campo de nadie».
Otra anécdota ocurrió en la carretera de
San Martín de Valdeiglesias a Escalona.
Por ella avanzaba, tras duro combate,
la IV Bandera.
Los legionarios, abrasados por el sol,
muertos de sed, apretaban el paso; el
tiempo apremiaba. Pero, ¡qué apetecibles
se veían los viñedos que flanqueaban
el camino. Algunos osados no dudaron
en correr a reparar sus fuerzas,
saboreando la rica fruta. « ¡Que nadie
se detenga – era la orden –. El enemigo
nos acecha!». Todos obedecieron, pero
volviendo la mirada al fruto prohibido.
El capellán no iba encuadrado. Con él
no rezaba la prohibición. Sus legionarios
le vieron lanzarse al viñedo. Sacó
del cuello la manta agujereada que hacía
las veces de capote y la tendió en
la tierra, «Claro, ¿veis?, nuestro páter
también tiene sed, y además es inexperto
en La Legión; lleva con nosotros
sólo quince días y aún no sabe lo que
es aguantar una marcha...». Pero el capellán
iba llenando muy aprisa el capote
con racimos, se los cargó al hombro y
salió corriendo tras sus legionarios, entre
quienes fue repartiendo la preciosa
carga, y así una y otra vez fue corriendo
desde el camino al viñedo hasta dar a
cada uno su parte. A él, sin embargo,
nadie le vio saborear las anheladas
uvas.
Tan grande fue el cariño que le profesaban
los legionarios que, con lágrimas en
los ojos, no se separaron de su camilla
cuando este fue herido en la Casa de
Campo en noviembre del 36, al ser perforada
una de sus piernas por una bala.
A causa de esta herida, sufrió una gran
hemorragia y aunque le solicitaron una
ambulancia para evacuarle, Fernando
se negó en rotundo, pues deseaba seguir
junto a los demás heridos, al menos
Huidobro impartiendo misa.
hasta que no viniera otro capellán. Así,
tal cual, le practicaron en el mismo momento
un torniquete y, desde una vieja
silla, continuó asistiendo y consolando
a los heridos. Al final, le trasladaron al
hospital de Griñón y más tarde al de Talavera,
donde se le dio el alta en la víspera
de la Virgen de la Inmaculada para
volver junto a sus legionarios.
El 5 de abril de 1937 y tras un retiro
espiritual de cuatro días, por falta de
más tiempo, realizó el acto cumbre en
su vida religiosa: la Profesión Solemne.
Seis días después, en la mañana del
domingo 11 de abril de 1937, durante
el transcurso de la ofensiva conocida
como «Operación Garabitas», en el
sector de la Cuesta de las Perdices, el
Padre Huidobro actuó infatigable varias
horas en las trincheras más batidas,
donde las bajas eran incesantes.
Tras varios intentos para que se retirase
del frente, lograron convencerle, con el
fin de que fuera al hospital de campaña
y que desde allí atendiese a los heridos.
Pero al mediodía, mientras el padre
Huidobro trataba de asistir a los soldados
hospitalizados, un obús del calibre
12-40 reventó, y allí, aquel domingo 11
de abril, Fernando murió en el acto.
554 · I-2021 65 La Legión