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Márgen de la puerta del campo de concentración de Dachau con la inscripción «Arbeit macht frei» ("El trabajo os hace libres")
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de la edad y de la mala salud», sobre
los coroneles Redondo, Blasco y Velasco
con los que coincidió en el siniestro
tren.
En Dachau alguno no pasó de la entrada,
como el coronel Velasco que llegaba
muy enfermo y lo apartaron del
grupo. Nunca más se volvió a saber de
él y solo después de mucho tiempo se
averiguó que fue trasladado al campo
de Bergen-Belsen, el mismo en el que
estaba también recluida la niña judía
Ana Frank. Ninguno sobrevivió, él murió
en noviembre de 1944.
El grupo de militares republicanos
españoles se redujo nuevamente y lo
que tuvieron que hacer para sobrevivir
en aquella dantesca situación forma
parte de los anales del horror. Nos
cuenta García-Miranda que se formaban
colas una vez al mes para seleccionar
entre fuertes, débiles y normales,
una especie de ruleta rusa sin
pistola, dirigida por los implacables
guardianes de la guadaña.
En ese juego siniestro, el arraigado
instinto de supervivencia inherente
al ser humano hacía que algunos se
cambiaran de fila para no destacar y
colocarse en una posición que, por
comparación, les situase en el bando
de los «normales», lo que significaba
que era para trabajar. Los débiles, los
declarados inútiles, iban directamente
a la cámara de gas.
«El hundimiento moral total del ser
humano. Al elegir salvarte… podías
provocar la muerte de otros», escribe
José María, que llegó incluso a hacer
de conejillo de indias en un programa
de investigaciones médicas (en
Dachau se estudió la malaria) por un
vaso de leche.
Así pasaron muchos meses hasta que
un día de finales de abril de 1945, las
tropas estadounidenses de la 45ª División
de Infantería liberaron el campo
de Dachau con 32 000 presos, de los
cuales 200 eran españoles.
Tras la liberación, se pudo conocer
la fatídica suerte de cada uno de los
protagonistas de esta historia, gracias
a las cartas que envió un famélico
y extenuado José María (sus 39
kilos de peso le impidieron moverse
durante semanas) a su esposa Lucía.
«Una triste noticia: todos los
otros camaradas; Velasco, Blasco,
Marín, Salavera, Redondo y
Amer, han muerto de tifus y de
hambre. Darás la triste noticia
a Mme. Amer y a la familia de
Redondo con las precauciones
naturales. Si conoces la dirección
del general Gámir, escríbele
enseguida para que hable con
nuestros representantes al objeto
de que demanden a las autoridades
francesas nuestra rápida
evacuación, o que envíen al
menos víveres y tabaco. Somos
200 españoles. Militares de carrera
quedamos solamente dos:
un comandante y yo (...)».
1ª carta del 2 de mayo de 1945
Unos días después, el 8 de mayo, escribía
la segunda misiva con mucha
más información sobre el final de sus
compañeros: «Velasco se puso muy
enfermo al poco tiempo de llegar, lo
sacaron del campo y no hemos vuelto