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MEMORIAL DE INFANTERIA 74

MISCELÁNEA HASSAN AL BANA Y SAYYID QUTB (S. XX) El siglo xix contempla la postración del mundo islámico en toda su extensión. Occidente prevalece e invade mili-tar, económica y culturalmente las tierras del Islam, y será en El Cairo donde una chispa de resurgimiento echará a andar. Yamal al-Din al Afghaní (1838-1897), pensador e ideólogo, se mueve entre Estambul y la India, quizá donde más hue-lla deja. Él toma nota de ese hundimiento de la sociedad musulmana y lanza la idea de su resurgimiento a través del ejemplo del Islam primigenio, el de los compañeros del Profeta. Será el nacimiento de lo que conocemos como salafismo. Un movimiento que, sustentado en el re-chazo del occidentalismo —responsable, según ellos, de los males de los musulmanes— y en la solidaridad, llama a reformar el Islam del xix mediante la vuelta a los orígenes. Poco después, también en el xix, llegará Muhammad Ab-duh (1849-1905), ulema formado en la universidad El Azhar de El Cairo, quien introduce la necesidad de un caudillo, líder y reformador que, en el nombre de Allah, desde la unicidad más pura —su Risalat al tawih, epístola sobre la unicidad, se sigue reimprimiendo en los países musulmanes— y con el referente de los salafs, conduzca a un renacer del Islam. Los Hermanos Musulmanes, aún nonatos, ya tienen una base ideológica. Sobre estas ideas, un oscuro maestro de escuela que atesora el pálpito de la acción, Hassan al Bana (1906- 1949), añade la necesidad del militantismo, la condena —como Ibn Taymiyyah— de turcos e iraníes por poco rectos, el universalismo y la unión de religión y política que conlleva la condena de los partidos políticos, todo ello salpimentado con un enorme rigorismo en materia de alcohol, juego y mujeres. 90 En 1929, al tiempo que Benito Mussolini toma el poder en Roma, y bajo el disfraz de una hermandad sufí, funda la primera célula de los Hermanos Musulmanes, una ro-busta y resiliente organización de carácter salafista que ha llegado hasta nuestros días y con la que ni Gamal Abd el Nasser ni el mariscal Abd el Fatah al Sisi han podido aca-bar. Bana no es un gran pensador, pero su obra perdura y crece apoyándose en el pensamiento de otros y generan-do las bases para la llegada de nuevos «mártires», como hemos podido comprobar en los últimos años. Bana mo-rirá asesinado en El Cairo en 1949. Bana fundamenta su discurso en la unión del gran yihad, la personal de carácter interno, y el pequeño yihad, la del combate contra infieles (Occidente) y apóstatas, y también contra aquellos dirigentes que no son buenos musulmanes, es decir, que no gobiernan con la sharía. La deriva hacia el terrorismo de su organización estaba en sus genes y también en las muchas hijas que crecieron en otras partes del mundo islámico. Abdul Ala Maududi (1903-1979), coetáneo de Bana, desarrolla su discurso —mucho más sólido intelectual-mente que el de Bana— en la India, convirtiéndose en el sustrato teológico-político para el Pakistán radical que hemos conocido a lo largo del siglo xx y lo que va del xxi; además, servirá de apoyo para las ideas de alguien más fundamental para el pensamiento radical islámico, como veremos. Se le considera el padre del Islam político. Abdul Ala Maududi Maududi trabaja sobre dos ideas fuerza: la primera, la yahiliyya, o lo que es lo mismo, la ignorancia y pecado en que vivía el mundo antes de la llegada del Islam, y ahora Occidente, y la segunda, la del mismo Islam como solución a todos los males, personales, familiares y del propio estado, un estado feliz bajo el Islam. Al estilo de Mussolini o Hitler, en quienes se inspira, funda el elitista grupo Jaamat al Islamí, uno de cuyos adeptos, el general Zia Ul Haq, tras golpe de estado previo, funda en 1978 el conceptual Estado islámico de Maududi en Pakistán e inmediatamente cuelga en el patíbulo a Zulfikar Ali Hassan al Bana Bhutto, el presidente electo.


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