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MEMORIAL INFANTERIA 68

ASPECTOS INSTITUCIONALES paredes la presencia de esos preciosos cuadros de es-pléndida cerámica sevillana con el Decálogo del cadete, diez artículos que se plasmaron en dichos cuadros para que los cadetes se grabaran, desde hace mas de 80 años, de modo indeleble, las virtudes militares fundamentales sobre las que siempre se ha asentado el espíritu pro-fesional del alumno que empieza la vida militar, y que a modo de juramento hipocrático deben marcar su forma de proceder. Y transcribo literalmente la introducción que hizo al De-cálogo del cadete el entonces jefe de estudios, coronel Miguel Campins, en el libro La Academia General Militar de Zaragoza y sus normas pedagógicas: “Se ha dicho ya que al educando que empieza la vida militar hay que modelarle el alma, para imbuirle el es-píritu profesional; hay que hacerle ese alma de acero y en ella grabar indeleblemente las virtudes fundamentales en que ese buen espíritu se asienta. Estas virtudes están en nuestras viejas ordenanzas, pero es necesario com-pendiarlas, impresionar de algún modo el espíritu de ese educando, para que siempre sienta y obre con arreglo a ellas, sin perjuicio de estudiar a su tiempo las citadas or-denanzas y cuanto con la ética militar se refiere, se han entresacado de ellas diez artículos de los que parecen más esenciales, y con ellos y la fórmula del juramento a la bandera, compromiso primordial con que entramos todos en el ejército, se ha formado el siguiente decálogo, cuyos artículos son:” I. “Tener un gran amor a la Patria y fidelidad a S.M. el Rey, exteriorizado en todos los actos de su vida”. Destaca como virtud fundamental el patriotismo. Nuestra historia militar está llena de hombres ilus-tres y de españoles anónimos que han demostrado su valía y nos sirven de ejemplo. El orgullo de ser soldado y servir al rey quedan reflejados en las pa-labras de Juan Acero, cuando el emperador Carlos V le concede una merced en recompensa por su ac-tuación en la toma de La Goleta: “Nada pido, Señor; me basta con la honra de haber combatido a la vista de mi Rey”. Esto no es otra cosa que lo que para los militares ha sido siempre “la satisfacción del deber cumplido”. Otro ejemplo singular es el de Juan Blanca, coman-dante militar de la plaza de Perpiñán, sitiada en 1774 durante la guerra del Rosellón. Uno de sus hijos había caído en poder de los sitiadores y ante la amenaza de matarle si no entregaba la fortaleza, contesta así: “Es para mí más cara la fe y servicio de mi Rey y de mi Patria que mi sangre; si queréis ser tan crue-les e inhumanos y os faltan armas, yo os daré las 34 mías; pues la sangre, naturaleza y amor de mi hijo no me hará consentir ni olvidar nunca la obligación que tengo para con mi Dios, mi Rey y mi Patria”. El hijo de Juan Blanca fue decapitado y su cabeza colocada en una pica frente a las murallas, pero el recuerdo de la fidelidad del padre aún se conserva. II. “Tener un gran espíritu militar, reflejado en su vocación y disciplina”. Para que la disciplina funcione debe comenzar por uno mismo; el que se vence a sí mismo sabe vencer las dificultades. La vocación es la inclinación natural que induce a seguir un modelo de vida, la disciplina nos ayuda a concretar ese modelo y mantener la inclinación natural en la senda correcta (al alumno se le enseña para que sepa mandar, y mandar es en resumidas cuentas motivar y servir de ejemplo). El credo legionario lo sublima en su Espíritu de disci-plina: “Cumplirá su deber, obedecerá hasta morir”. III. “Unir a su acrisolada caballerosidad constante celo por su reputación”. El honor, una virtud guía del proceder de todo mi-litar y que debe estar presente en nuestras vidas como norma moral. Decía Séneca que debemos ponernos por modelo a alguien virtuoso y pensar que ese modelo que hemos elegido es el que juzga nuestras obras. El buen militar debe ser ejemplo de conducta, de manera que se gane el respeto de los que le rodean. IV. “Ser fiel cumplidor de sus deberes y exacto en el servicio”. El cumplimiento del deber nos lleva a situaciones extremas; basta hojear las páginas de la historia para encontrarnos con nombres que evocan un pasado glorioso y son ejemplo para los que hemos tomado su relevo: Vara de Rey, Cascorro, Benítez… y tantos otros, admirados por todos, incluso por sus enemigos. Sin olvidar al Regimiento Alcántara recientemente reconocido su sacrificio con la laureada colectiva. V. “No murmurar jamás ni tolerarlo”. El mando y el prestigio son inseparables, la murmu-ración daña tanto al que la emplea como al que es objeto de ella; desde los tiempos más remotos exis-te esta incompatibilidad entre mando y la falta de buen concepto. La envidia es el sustento de la murmuración, y sobre ella nos dice Bermúdez de Castro: “….Posee esta dolencia espiritual la propiedad de contagiarse a las colectividades que manda el envidioso, cuestión gra-vísima que ha ocasionado, sobre todo en la guerra, verdaderas catástrofes”.


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