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AEROPLANO 30

NACE EL PILOTO Los juguetes de los niños de los años 50 eran más fruto de la imaginación que otra cosa. Con un cordel, una caja y unos botones fabricábamos los camiones que transitaban por las carreteras polvorientas que construíamos al efecto en cualquier solar abandonado; una escoba se convertía en un caballo por arte de magia y con un trozo de papel hacíamos nuestros aviones. Muchos de aquellos niños soñaron algún día con volar y unos pocos fueron más allá intentando hacer su sueño realidad. Algunos lo consiguieron y nos podrían escribir su pequeña y particular historia. Afloran entre mis recuerdos el de un avión de papel que me salió casi perfecto. Hecho con una cuartilla robada del despacho de mi padre, veterinario de un pueblo de la sierra andaluza. Cuando lo lancé al aire, enfiló la estrecha calle que en cuesta bajaba hasta la plaza y voló hasta posarse suavemente en ella, unos cincuenta metros más abajo. No sé si fue antes o como consecuencia de aquel “gran éxito” de donde me vino la vocación y el deseo de ser piloto militar para de esa forma “servir a la Patria” y disfrutar del que imaginaba sería el mayor placer del ser humano, volar convertido gracias a aquellas prodigiosas máquinas en una especie de “Superman”. Sin duda, también contribuyó a mi pronta vocación el vuelo lento de las “pavas” (que así llamaban a los Ju-52) y otros aviones de la época que, muy de vez en cuando, sobrevolaban mi pueblo. Otro elemento, de tremenda eficacia a la hora de definir mi futuro fueron, sin lugar a dudas, los tebeos de hazañas bélicas que, con la escuadrilla de Las Cigüeñas a la cabeza y los aviones de caza de la 2ª guerra mundial, imaginaba evolucionar durante los encarnecidos combates aéreos que allí se dibujaban. Con todo aquello en mente me veía, en un futuro aún lejano, subiendo a un avión de caza en mono de vuelo y casco debajo del brazo antes que con cualquier otro atuendo profesional. Aquellos sueños infantiles quedaron apartados durante los años de bachillerato en el internado hasta ese día en 6º curso (el de la reválida) en el que los profesores te preguntaban: “¿y tú qué quieres estudiar?”, tras meditar un rato, mi contestación: “pues yo… quiero ser piloto militar”. Fue en aquel colegio donde conocí a aquel buen franciscano, el padre Tovar: “os voy a presentar a unos muchachos estupendos, alféreces alumnos de la Academia General del Aire de San Javier, que van a venir a visitarme en sus motos el domingo”. De esa manera me enteré de que había una Academia del Ejército del Aire donde se formaban los futuros pilotos militares españoles. El ingreso en la AGA se convirtió desde entonces en mi meta. Tras el “preu” y los años pasados en academias preparatorias para el ingreso por fin conseguí entrar en aquel prestigioso y admirado centro de formación militar y aeronáutica al que tanto debo. Tras el ingreso en la AGA, pronto le llegaron los primeros vuelos a la XXV Promoción en la Bücker 131 Jungman. Con gran ilusión nos llegó el ansiado “bautismo del aire”, en mi caso con el capitán Prada y poco tiempo después la “suelta en vuelo” que me dio el capitán Fortunato Elvira en El Carmolí. Con el paso del tiempo llegaron los diferentes modelos de aviones militares o de alta acrobacia que me cayó en suerte volar. Unos tuvimos más fortuna que otros, es verdad, pero en mi caso y en diferentes destinos a lo largo de mi carrera tuve la dicha de disfrutar con muchos de ellos: E-3B (Bücker 131), E-17 (Beech T-34, “Mentor”), E-16 (North American T-6, “Texan”), T-3 (Douglas DC-3/C-47, “Dakota”), T-2 B (Junkers-52), E-9 (Iberavia 146 Gestación, nacimiento y desarrollo de la PATRULLA ÁGUILA (1985-1989) FRANCISCO CARRIZOSA DURÁN Comandante de Aviación


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