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REVISTA SANIDAD FAS JUL SEP 2016

González García O. operaciones, la superioridad humana y técnica permitió que se obtuviera una gran victoria, aunque dolorosa, lo que casi ahogó toda crítica. El balance oficial para nuestro país fue de 9.034 bajas que se distribuyeron en 1.152 muertos por heridas de guerra, 2.888 por enfermedad, y 4.994 enfermos o heridos23. Otros autores, como Ameller25, calculan unas 16.000 bajas, 9.000 de ellas por enfer-medad. Como se aprecia en todos los cálculos, las muertes por enfermedad fueron muchas más que las causadas por las armas. De esto fue responsable principal el cólera, cuyos primeros casos se dieron nada más llegar las tropas, en el acuartelamiento de Serrallo el 21 de noviembre de 185926, favorecido por las malas condiciones higiénico-sanitarias de los campamentos27, en con-sonancia con los errores logísticos mencionados. El cólera mató más de 2.000 soldados sólo en diciembre de 1859, los cuales ya previamente estaban mal alimentados, mal alojados y mal ves-tidos. Alarcón lo describe de una forma muy dura pero muy grá-fica28: «¡El cólera!... ¡El cólera, agostando en flor tantas vidas; haciendo más víctimas en los días de paz que las balas en los días de fuego; postrando el ánimo del que se metió son-riendo entre una lluvia de encendido plomo; llevándose hoy al entendido jefe, mañana al intrépido soldado; privando de gloria y recompensa al que todo lo abandonó por alcanzarlas; reteniendo en lóbrego hospital al que soñaba con defender la honra española; distrayendo una atención, una fuerza y unos recursos que pudieran emplearse contra el enemigo; exigien-do, en fin, más resignación, valor y entusiasmo de los que fue-ran menester para alcanzar cien victorias o sufrir mil reveses de la fortuna! «¡Es horrible! ¡Es horrible! ¡Hay que verlo para imagi-narlo! ¡Hay que observar todas las mañanas las hileras de camillas que salen del Campamento; hay que recorrer uno y otro hospital atestado de lívidas cabezas, marchitadas por la peste; hay que mirar cómo se reducen poco a poco las compa-ñías, cómo clarean los regimientos, cómo desaparece el amigo, cómo falta de su lugar el jefe …». Logística sanitaria El gran número de bajas hizo que fuera necesario un trans-porte fluido de ellas a la península, por vía marítima, que evitara hacinamiento de los enfermos y heridos en los diferentes esca-lones sanitarios del territorio de operaciones, y el consiguiente agotamiento material y moral del contingente español. Igual que los demás aspectos de logística, el sistema de evacuación no se preparó adecuadamente, en cuanto a organización y provisión de medios, ya que no se hicieron los cálculos de bajas correcta-mente, al presuponer una manifiesta superioridad25. A pesar de ello, las evacuaciones se realizaron con gran frecuencia, y de for-ma continuada durante toda la operación, hacia los puertos de Cádiz, Málaga y Algeciras. En las cercanías de ellos se ampliaron las camas de los hospitales e incluso se habilitaron otros de for-ma extraordinaria. Diariamente el Jefe de Sanidad de cada una de las plazas se encargaba de gestionar las camas y de organizar los transportes necesarios en tierra para llevar a los evacuados 240  Sanid. mil. 2016; 72 (3) hasta el destino final en una cama de los hospitales de referencia. Los hospitales usados fueron los de Cádiz, San Fernando, San-lúcar, El Puerto de Santa María, Algeciras, Los Barrios, Jerez de la Frontera, Tarifa, San Roque, Málaga, e incluso Sevilla. Las características de las singladuras y la probada eficiencia de los buques de vapor hicieron decantarse al mando por ellos para la misión. Al no disponerse de ningún transporte sanitario naval permanente, se optó por usar buques mercantes mixtos, de pasaje y carga, en régimen de alquiler y muy someramente adaptados29, probablemente más pensando en la vuelta a su ser-vicio que en esta misión, presumiblemente fugaz. Estos buques se encargaron de realizar un servicio más o menos regular de evacuaciones entre la zona de operaciones y la península, ade-más sirvieron como enfermería flotante de apoyo a las operacio-nes en tierra mientras se llenaban lo suficiente para proceder a la evacuación. El principal buque hospital designado para la operación fue el vapor «Cid». Este buque, alquilado por el Estado a la Socie-dad de Navegación e Industria, fue apoyado por otros cuatro mercantes, contratados a diversos armadores para tal efecto: el «Barcelona», el «Torino», el «Cataluña», y el «Ville de Lyon»30. La misión de estos buques como transporte sanitario no fue ex-clusiva en ninguno de los casos, sino que la compartían con la de transportes ordinarios, aunque en el caso de estos vapores, la función sanitaria se consideraba la principal. Por otro lado, los cabileños no disponían de ningún tipo de embarcación con lo que la superioridad naval era absoluta y no precisaban, por tanto, de armamento ni escolta para realizar su misión con total seguridad23. Conviene igualmente recordar que aún no existía el concepto de Derecho Humanitario que con-sagrase la condición de neutralidad en la legalidad española ni internacional, por lo que no era un problema compatibilizar la función de transporte sanitario con la de transporte ordinario de tropas o de material. El vapor “Cid” como buque Hospital La necesidad de evacuación de las bajas en combate era co-nocida desde antiguo, la necesidad de que esta fuera rápida, a retaguardia y, si es posible, colectiva para evitar las epidemias era una dura lección que se había aprendido recientemente. Así pues, no se cuestionaba la necesidad de un sistema de evacuación colectivo de bajas que, dada la extrapeninsularidad de la zona de operaciones, sólo podía ser por vía marítima. La navegación a vapor estaba empezando y, como refiere Landa29, aún existían voces a favor de la vela en los buques hospital debido a los incon-venientes de estos barcos (las vibraciones, el menor espacio para heridos por ocupar la mayoría la máquina y el carbón, y a la toxicidad de los humos), las ventajas se acabarían imponiendo, especialmente la gran maniobrabilidad, la autonomía respecto las condiciones climáticas y la rapidez. En la mente de la Sani-dad Militar española estaba en la elección de un vapor de ruedas o de los de hélice, que se estaban imponiendo en el transporte. La elección del de ruedas fue motivada por las menores vibra-ciones y a que los ejércitos veían ya menos útil para el combate los de palas y preferían usarlos en otras tareas. Acabarían impo-niéndose las hélices a las palas y, de hecho, sólo nuestro Cid fue


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