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REVISTA SANIDAD FAS JUL SEP 2016

El vapor de ruedas «Cid»: De pionero de la navegación comercial a vapor a primer vapor hospital Sanid. mil. 2016; 72 (3)  239 arsenal de la ciudad, no sin las grandes dificultades derivadas de la no preparación del arsenal de Cartagena en este tipo de obras. El «Cid» volverá a navegar de nuevo el uno de julio de ese año, un mes más tarde18. Además de desventuras, también tuvieron lugar acciones encomiables como el auxilio al quechemarín «San Antonio y Ánimas» el día 4 de enero de 1856, que había roto el bauprés y el tajamar, y al que remolcó al puerto de Cádiz19. La misma faena que realizó en agosto de 1856 en auxilio de un falucho en las inmediaciones del puerto de Barcelona, que había quedado al pairo20. En la primavera siguiente entrará en los Talleres Nuevo Vul-cano para cambiar la máquina, a cargo del ingeniero D. Antonio Serrallado y su mecánico D. Venancio Ibáñez. Saldrá de nuevo a la mar en un mes, el tres de abril de 1857, dando un ágape a bordo a ilustres invitados21. Será en mayo de 1859, cuando es alquilado por el gobier-no francés para el transporte de tropas desde el sur de Francia hasta las costas italianas, la ruta que mejor conocía, por 30.000 francos al mes, distrayéndolo puntualmente de su ruta regular. Para la misma misión alquilan también otros dos vapores de la compañía: el «Barcino», y el «América»22. SEGUNDA ETAPA: BUQUE HOSPITAL A VAPOR (1859- 1860) La guerra de Marruecos (1859 - 1860) El conflicto Las plazas del Norte de África han sido España desde fina-les del siglo XV, antes de la existencia de Marruecos. Melilla es parte de España de forma ininterrumpida desde que los Reyes Católicos la tomaran incruentamente en 1497. No así Ceuta, que fue conquistada por Juan I de Portugal en 1415. No se incorporó a la Corona española hasta 1581, cuando Felipe II fue proclama-do rey de Portugal. Tras la independencia de Portugal, durante el reinado de Felipe IV, en 1640, se devolvieron a este país todas sus posesiones de Ultramar. Sin embargo, los nobles ceutíes pidieron al monarca seguir perteneciendo a la Corona española, cosa que se confirmaría en el Tratado de 1668, entre ambos países. No sólo eran parte de España, sino que sus ciudadanos fueron, a diferencia de lo que ocurría en las colonias inglesas o francesas, ciudadanos españoles de pleno derecho. Durante todo este periodo de tiempo los territorios africanos de España no han estado exentos de conflictos debido al interés estratégico y comercial de las plazas, especialmente en los siglos XIX y XX, siendo esenciales en el delicado equilibrio local de intereses entre Gran Bretaña, Francia y España. Hay que recor-dar que Francia comienza la colonización de Argelia en 1830 y que Gran Bretaña poseía Gibraltar desde 1713. Así mismo los ingleses apoyaron permanentemente al reino de Marruecos, con dinero y armas, con objeto de debilitar la influencia de España y Francia en estos territorios, ya que eran sus principales rivales comerciales. Desde principios del siglo XIX los territorios de Ceuta y Me-lilla sufrieron un constante hostigamiento por parte de los in-dígenas de las cabilas circundantes, espoleados por los ingleses; que cometían sabotajes, pillajes y ataques contra los intereses económicos españoles. La gota que colmó el vaso fue en 1845 el secuestro y posterior asesinato del Cónsul español en Mazagán. A pesar de ello pudo más el miedo al conflicto y la indecisión del Gobierno de Narváez. El Gobierno español dio un ultimátum al marroquí, que acabó aceptando un acuerdo ridículo de paz, el Tratado de Larache, que fue el sonrojo para los países occi-dentales al dejar las acciones sin castigo23. Este hecho es por lo que no pararon los atentados, y la reacción popular en España fue creciendo y haciéndose unánime, como se refleja en toda la prensa de la época y que tan gráficamente describe Pérez Galdós, en Aita Tettauen24: «Los señores mayores, las damas de viso, hombres y mu-jeres de clases inferiores, procedían y hablaban, poco más o menos, como los chiquillos que esgrimen espadas de caña en medio de la calle y se agrandan la estatura con morriones de papel. Guerra clamaban las verduleras; venganza y guerra los obispos. No había español ni española que no sintiera en su alma el ultraje, y en su propio rostro la bofetada que a España dio la cabila de Anyera …». En agosto de 1859 la situación llegó al límite tras atacar los cabileños el Fuerte de Santa Clara, en Ceuta, y los puntos fron-terizos locales. Así, el Presidente O´Donnell declaró la Guerra al Imperio Marroquí el 22 de octubre de 1859, en las Cortes Es-pañolas, en medio de un gran alborozo popular. Había motivos para el optimismo: la gran superioridad económica y militar, y la unidad de criterio de todas las fuerzas políticas. Además, la gen-te se unió por primera vez en pos de un solo objetivo, cosa casi inaudita en España, especialmente en este convulso siglo XIX. Ahora el pueblo tenía un enemigo común, fuera del territorio patrio y de diferente raza y religión, ideal para el olvido de las penurias locales. La guerra terminó tras la victoria española en la batalla de Wad-Ras, el 23 de marzo de 1860, que obligó al enemigo a la rendición y firma del Tratado del mismo nombre el 26 de abril de 1860. En esta campaña la prensa fue esencial y tomó un papel des-tacado a semejanza de las guerras que estaban ocurriendo en estos momentos, como la de Crimea. No sólo nos dio una gran abundancia de crónicas de guerra o sociales que hoy nos permi-ten seguir el conflicto, sino también participó decisivamente en la creación de opinión en el pueblo. De entre los grandes relatores de la época destacan Emilio Castelar, Gaspar Núñez de Arce, Pedro Antonio de Alarcón, Juan Antonio Viedma, Joaquín Mola y Martínez, Emilio Lafuente Alcántara, Carlos Navarro y Rodrigo, etc. Estos trabajaron para publicaciones tan importan-tes como La España (Madrid 1848), La Iberia (Madrid 1854), El Clamor Público, La Discusión (Madrid 1856) o La Época (Madrid 1849). La campaña fue más punitiva que de conquista, y como tal se realizó de forma muy rápida, sin apenas preparación. La impro-visación y, quizá la prepotencia, fue lo que llevó a pensar en una superioridad total y en una victoria rápida e indolora, cosa que no ocurrió. Durante la operación se cometieron muchos errores de planificación, tanto en la dirección de las operaciones como en la inteligencia y en la logística25. A pesar del deficiente apo-yo logístico y la mala disposición de las unidades durante las


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