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130  Sanid. mil. 2019; 75 (3) Editorial vieran al frente. Tras lo ocurrido, el Coronel médico Richard T. Arnest, elevó un informe sobre el incidente a su doble cadena de mando. La cadena orgánica lo paró por lealtad a Patton, pero la funcional hizo que llegara al General Eisenhower, quien ordenó que se pidieran explicaciones a Patton y se investigara lo sucedido. A su vez, los medios de comunicación publicaron el incidente y la polémica se llevó al Congreso de los Estados Unidos donde algunos miembros de la Cámara solicitaron su cese inmediato. Eisenhower no podía prescindir de Patton, entre otros, por su carisma y popularidad entre las tropas, por lo que le invitó a que se disculpara. Finalmente, el General pidió disculpas al servicio médico, a los dos soldados en privado y, además, dio un bravo discurso ante sus subordinados quienes, por cierto, no aceptaron sus disculpas. Raro es relacionar la manipulación de imagen con la disimulación que produce el miedo al doble estigma, pero lo cierto es que el temor a ser percibido como débil o, peor aún, simulador, cuando se es militar, puede tener un impacto mucho más negativo en la estrategia de defensa y seguridad nacional de la que puede tener la simulación. Sin embargo, la disimulación de enfermedad apenas llama la atención de la cadena de mando o de los profesionales de la salud o, si la llama, es cuando no hay solución. Como sucedió en la Masacre de Kandahar, cuando el suboficial Robert Bales asesinó a 16 civiles afganos e hirió a otros seis. El hecho de ser un militar abnegado y prestigioso y de contar con sobrada experiencia en tres largos despliegues previos en Irak, no sirvió de ayuda para afrontar los estresores físicos y psicosociales con los que convivía a diario en Afganistán (riesgo continuado a morir, ver morir a compañeros, problemas de liderazgo, presión por ascender, acumulación de despliegues largos en poco tiempo, problemas familiares en territorio nacional, consumo de sustancias, etc.) pero si participó en el desenlace que llevó a Bales a ser condenado a cadena perpetua sin libertad condicional, a que la fiscalía militar pidiera su ejecución o a que su ataque se haya clasificado como uno de los peores crímenes de guerra de la historia reciente de los Estados Unidos. La realidad nos muestra que cuando un militar sufre problemas psicológicos se enfrenta a una encrucijada. Si lo reconoce, se expone al rechazo, la pérdida de prestigio, a que banalicen sus síntomas y las causas que los provocaron, le etiqueten de débil/ flojo o simulador, incluso, le condenen por cobardía y deslealtad. Pero si, por el contrario, decide disimular, resulta que puede también terminar siendo condenado. Se enfrentan, por tanto, a un problema en el que hagan lo que hagan, pierden. Es por ello que resulte alentador retomar la simulación de enfermedad en militares para ir más allá de lo tradicionalmente establecido; siendo el objetivo devolver la dignidad (al menos sobre el papel) a miles de hombres que sufrieron, y de mujeres y hombres que sufren, el doble estigma por padecer heridas invisibles. Es un buen momento para reflexionar, debatir y plantear una mirada nueva y actualizada de la simulación. Mónica García Silgo Capitán Psicólogo Inspección General de Sanidad mgarsil@et.mde.es


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