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Revista de Sanidad Militar de las FAS 71_4

JA. Martín Ruiz Antes de profundizar en esta cuestión hemos de tener presen-te que algunos de ellos mostraban diversas patologías ya antes de su llegada a Baler. Tal sucede con el jefe del destacamento, el 2º teniente Juan Alonso Zayas a quien se le certificó en el Hospital Militar de Manila una neurosis cardíaca20, en tanto el capitán Las Morenas tenía una ciática que le obligó a hacer parte del viaje por tierra hacia la localidad de Maubán en hamaca con fuertes neural-gias dado su frágil estado de salud, por no hablar del padre Cándido Gómez Carreño que padecía, según se indica, un catarro intestinal como entonces se denominaba21. Según señaló Vigil de Quiñones en su informe en Manila fue-ron tres las enfermedades que les afectaron a partir de septiembre de 1898, el beriberi, el paludismo y la disentería, las cuales dismi-nuyeron tras una salida, ya comentada, que permitió alejar la línea de trincheras que les cercaba pudiendo así airear la iglesia, sacar a los enfermos al exterior que ponían al sol y, sobre todo, ingerir vegetales frescos. Fue ya avanzado el mes de septiembre cuando dio comienzo el beriberi, nada inusual pues los médicos militares españoles en Filipinas ya habían apreciado su mayor incidencia du-rante los meses de octubre a diciembre, el cual fue incrementando su virulencia a pesar de que en la medida de lo posible se aumentó el reducido rancho dándoles los alimentos que estaban en mejores condiciones de conservación y evitando aquellos que estaban en peor estado. Sin embargo, estos esfuerzos no lograron evitar que éste finalizara hasta diciembre de ese mismo año, cuando pudieron consumir algunos alimentos frescos, particularmente vegetales, aun cuando después de dicha fecha, concretamente en febrero de 1899, se seguían produciendo fallecimientos. Fueron once los soldados, más uno de los tres frailes, que mu-rieron a causa de esta enfermedad, produciéndose el primer óbito en la persona de fray Cándido Gómez Carreño el 25 de septiembre de 1898 cuando llevaban 77 días sitiados, seguidos de otros cuatro el mes de octubre (José Chaves Martín, Ramón Donat Pastor, Juan Alonso Zayas y Ramón López Izquierdo), cinco más en noviembre (Enrique de las Morenas y Fossi, Julián Fuentes Damián, Baldome-ro Larrode Paracuellos, Manuel Navarro León y Pedro Izquierdo Arnaiz quien también padeció una traqueo-bronquitis), otro en di-ciembre (Rafael Alonso Mederos) y un último en febrero de 1899, caso de José Sanz Miramendi. Además, sabemos que también enfer-maron de beriberi fray Juan López y Rogelio Vigil aunque ambos lograron sanar. Sin embargo, y aunque suele admitirse la existencia del beri-beri22, lo cierto es que ya algún contemporáneo de los hechos que ahora nos interesan defendió que dicha enfermedad no pudo afec-tarles ya que no es un mal contagioso y, por tanto, no puede tener el carácter de epidemia llegando a negar su existencia23, en tanto otros autores modernos piensan que sería más apropiado conside-rar que en realidad se trataba del escorbuto24. Por desgracia, apenas tenemos datos sobre los síntomas que mostraban los enfermos en Baler, excepto unas listas que ellos llamaban “expediciones al otro mundo” en las que figuraban aquellos enfermos más graves que es-taban próximos a fallecer y que en una ocasión el propio Vigil llegó a encabezar. Francisco Real Yuste habla de una hinchazón general, al igual que Martín Cerezo señala que los soldados tenían sus pier-nas inútiles mientras hacían largas guardias de seis horas, lo que no desentona con el hecho de que de fray Juan López nos diga que tenía una de sus piernas muy hinchada, en tanto el soldado Francisco Rovira Mompó tenía ambas piernas inútiles, algo que puede ocurrir 272  Sanid. mil. 2015; 71 (4) tanto si sufrían de beriberi o de escorbuto. Así mismo, consta que Alonso Zayas padeció la enfermedad entre ocho y diez días, mien-tras que Las Morenas, que estuvo enfermo más de un mes, sufría delirios a pesar de que no llegó a perder la consciencia según Cerezo ya que Minaya afirma que sí perdía el conocimiento y sin que du-rante las tres últimas semanas admitiera alimento alguno vomitando lo poco que lograba ingerir, indicación de posible beriberi, más que de escorbuto, sin olvidar que el cazador Manuel Navarro León per-dió el habla poco antes de fallecer, algo que puede suceder con los afectados de beriberi. El único dato, por otra parte no confirmado plenamente, que podría avalar la existencia de escorbuto lo aportan algunos autores cuando señalan que Emilio Fabregat Fabregat había perdido gran parte de su dentadura como suele acontecer en estos casos25, pero sin que, sin embargo, tengamos noticia alguna acerca de la existencia de hemorragias que tan comunes son en las personas aquejadas de esta última afección. Como vemos, los escasos sínto-mas descritos no son en modo alguno concluyentes, e incluso en algún caso resultan contradictorios como sucede con la posible pér-dida de consciencia de Las Morenas, si bien con la debida prudencia parecen inclinar la balanza a favor del beriberi. En realidad ambas son consideradas en la actualidad como en-fermedades carenciales provocadas por una falta de vitaminas, B1 o tiamina en el caso del beriberi y C o ácido ascórbico en el escor-buto, por lo que su diagnóstico no siempre era fácil y, de hecho, en la Martinica francesa el beriberi era considerado como una forma de escorbuto pudiendo comprobarse desde 1876 que comenzaba por las piernas, algo que los médicos españoles en el archipiélago asiático ya habían advertido26, lo que no es obstáculo para que todavía a comienzos del siglo XX persistieran la confusión entre ambas27. Ciertamente por esos años se dudaba aún acerca de cuál era su verdadero origen discutiéndose si éste era algún parásito, una infección, el lugar de residencia o si debía buscarse en algún alimento. Una muestra del desconocimiento general que se tenía al respecto la ofrecen los soldados cuando pensaban que el con-tacto con el suelo húmedo y sucio podía guardar relación con la enfermedad, o Martín Cerezo quien veía como posibles remedios la limpieza y aireación del templo, aspectos que sin duda alguna son aconsejables desde un punto de vista sanitario pero que no eran el agente responsable. En este sentido es de lamentar que no sepamos con certeza cuáles eran los conocimientos que sobre am-bas enfermedades tenía el oficial médico, sobre todo si tenemos en cuenta su escasa experiencia como médico en Filipinas ya que ésta se reducía, como hemos visto, a 17 días en el Hospital Militar de Malate, aunque los relatos recogen que intentó diversos ensayos con los exiguos medios que tenía a su disposición. Todo indica que Vigil no conocía con certeza cuál era la causa última del beriberi puesto que en el expediente incoado en Manila lo atribuye a la humedad, el mal estado de los alimentos, el largo encierro, la con-centración de personas y la falta de ventilación, a pesar de lo cual, como se ha señalado28, intuyó que la ingesta de vegetales frescos podía resultar beneficiosa, lo que motivó la salida que hicieron en diciembre de 1898 tras la cual pudo apreciarse, según refiere fray Félix Minaya, cómo los enfermos mejoraban en pocos días. Como hemos dicho el verdadero problema era la alimentación, siendo unos pocos años antes de estos sucesos que ahora nos intere-san, en 1884, cuando un médico japonés llamado Takaki Kanehiro29 había demostrado la existencia de una relación entre el beriberi y la alimentación, y tan sólo un año antes de que fuese enviado a Baler


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