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MISCELÁNEA El Trastámara acudió al rescate reiterada y valerosamente, pero sus cargas no consiguieron atravesar las líneas y terminó huyendo en medio de la desbandada de los suyos. Pedro quedó dueño de Castilla, pero fue incapaz de aprovechar el éxito y sus feroces represalias fueron minando sus partidarios. Eduardo, en desacuerdo con sus prácticas y sin haber recibido lo convenido terminó por abandonarle, en tanto que Duguesclin, rescatado por el rey de Francia, regresaría para intervenir en el cerco, derrota y asesinato de Pedro, como es fama. “Duguesclin fue un soldado hasta la médula que ascendió de lo más bajo y no solo para llegar a condestable, pues está enterrado por orden de Carlos V junto al rey en el cementerio real de San Denis”11. El poema de Cuvelier (“Vida del valiente Bertrand du Guesclin”) acaba con una escena memorable en la que el héroe se dirige al nuevo mariscal: “Os encomiendo el cuidado de Francia … rezad por mí, todos vosotros porque ha llegado mi hora. Sed hombres de honor. Amaos los unos a los otros y servid a vuestro rey coronado con toda lealtad”. 11 Curry, Anne, “la Guerra de los Cien Años”, RBA (Osprey), 2011, pág. 70. 12 Sumption, Johnathan, The Black Prince en Roberts, Andrew: Great Commanders of the Ancient and Medieval World, pág. 347. 90 Este caballero que combatió a pie en las batallas, fue una leyenda, primer clarín de la posterior grandeza de Francia. Supo llevar a cabo una estrategia fabiana, no sin el rencor de los grandes. No buscó la gran batalla campal, pero participó en seis y venció en las cuatro en que ostentó el mando. El Príncipe, enfermo, regresó a Inglaterra para morir, pero había formado una excelente escuela de capitanes. Los ingleses han exaltado a Eduardo, que no perdió una batalla. “Fue tal el prestigio que disfrutó la profesión de las armas en la Baja Edad Media, que nadie recordó su incompetencia política o cuestionó qué habían conseguido realmente sus victorias”12. Sin duda un capitán extraordinario, pero no “el Gran Capitán”. ESPADA Y PLUMA. ALJUBARROTA (1385). No había buenos presagios. La peste se había infiltrado en los campamentos castellanos, cobrándose algunos de los más competentes caballeros. Peor aún, una expedición al mando del arzobispo de Toledo había sido desbaratada en Troncoso, ofreciendo indicios de lo que podía suceder sobre el campo. Los jinetes castellanos maniobraron bien “a espaladas de los sus omes de armas, é mataban dellos”, poniendo en fuga a algunos. Pero la formación castellana debido al terreno, tierra labrada y polvorienta y a su falta de orden chocaron con la ordenada formación lusa que “esperaronlos a toda su aventaja a guisa que los desbarataron … en manera que todos los mas omes de armas que y eran morieron … É cobraron los de Portugal con esto, é con otras dichas que avian avido ante desto, esfuerzo y orgullo”. En ambos bandos se planteó la duda entre seguir una estrategia directa o indirecta. Muchos castellanos instaron al rey a dividir el ejército principal entre las partidas que operaban independientemente en diferentes regiones, combinando esta acción con la superioridad naval para abastecer las plazas favorables o tomadas, asfixiando a la cercada Lisboa. En ambos bandos se impuso el impulso de la batalla campal. Nuestro cronista, D. Pedro López de Ayala junto con Diego Álvarez visitaron el campamento portugués para parlamentar a requerimiento del Condestable Nuño Álvarez. A su regreso, describieron la disposición del enemigo con las alas a cubierto tras una vaguada, de forma que éstas podían apoyar al centro sin ser atacadas, debido a la angostura del terreno. Trataron de hacer ver la necesidad de esperar a que los portugueses tuviesen que abandonar la posición de ventaja por falta Batalla de Aljubarrota. Muriel Gottrop. Creative Commons


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