T R O P A S D E M O N T A Ñ A
TRIBUNA ABIERTA
VOCACIÓN MILITAR, VOCACIÓN MONTAÑERA
Se escriben estas líneas después de la ascensión al
Pico Bisaurín, un frío y claro día invernal. Los valles
pirenaicos lucen blancos, tachonadas sus praderas
por los bosques de hayas, robles, pinos, abedules y
algún aislado tejo. Y en el sereno atardecer del horizonte,
recortados los picos sobre el fondo dorado del cielo,
el alma del militar montañero se perfecciona en dos llamadas
apasionadas y románticas que elevan el alma de lo particular
a lo universal, de la familia a la patria, de la naturaleza al Creador:
la vocación militar, en la cual se sublima la montañera.
Sendas respuestas de amor a España y a la naturaleza presentes
en cada componente de nuestras Unidades de Montaña.
Pasión alpina asumida en una vocación, ser soldado de España,
para la eficaz y absoluta defensa del territorio y de la
soberanía de la patria en las más inaccesibles cumbres, en los
traicioneros hielos y neveros primaverales, en el frío y el calor,
en la tempestad invernal y en las serenas noches sin luna bajo
millones de estrellas, en los cálidos días del estío o en los ibones
sobre verdes brañas y otoñales bosques. Montañismo que
como soldados de España aúna operatividad y preparación
para la custodia armada de nuestras cordilleras. No es necesario
leer a Sun-Tzu, Clausewitz o Napoleón para comprender
que las cimas y el reino blanco de las nieves forman en España
parte del mapa donde hay que combatir y desplegar nuestras
posiciones como un lugar estratégico esencial para el éxito en
la batalla. Ni inferir que, hasta después de la Segunda Guerra
Mundial, una de las fronteras de protección de nuestro territorio
son los Pirineos, como lo fueron los Picos de Europa y la
Cordillera Cantábrica en la reconquista de nuestros foramontanos
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frente a las huestes moras, los Alpes en el Imperio romano
o los Andes en Hispanoamérica.
De este modo, confundidos en sus inicios la vocación militar
con el ánimo montañero, fue un soldado y monarca aragonés,
Pedro III, quien al ascender el año 1285 a la mitológica cima del
Canigó inauguró la indeleble relación entre nuestros militares
y nuestras montañas. Y surgieron las increíbles ascensiones, a
veces bélicas, en ocasiones como desafío, de los conquistadores,
de los Tercios, de los soldados en España, Europa e Hispanoamérica
hasta las actuales gestas montañeras de nuestras
Fuerzas Armadas.
Donación castrense a la Patria en el desafío de las inhóspitas
alturas que no es un trabajo ni un deporte sino una oblación
total para la defensa de nuestro pueblo y forma de vida, de
nuestra libertad, propiedades y familias, de nuestro territorio
y soberanía: de España. Porque la vocación militar es también
en el paraíso de las montañas una entrega absoluta en el cumplimiento
del deber, si fuese menester hasta regar con nuestra
sangre los cielos y campos, aldeas y bosques, cimas, glaciares y
nieves de la Patria. Uso militar geoestratégico de las cumbres
que demanda la mejor preparación y fortaleza mental, física y
espiritual para cumplir en el hielo, la altura, el clima y la roca
cualquier misión y objetivo, conjugando el conocimiento de la
ciencia bélica con la mejor técnica alpina asentada en los valores
éticos del militar.
Así, desde los profundos valles hasta los altivos picos, desde
las brumas matinales hasta el recortado sol del ocaso, desde