T R O P A S D E M O N T A Ñ A
TRIBUNA ABIERTA / 57
las nieblas que juegan entre los árboles hasta los mares de nubes
bajo el azul cielo, cada soldado de nuestras Unidades de
Montaña, como cada militar español, se esfuerza en ejercer las
mejores virtudes personales y colectivas, venerar las sagradas
tradiciones legadas por nuestros antepasados, perfeccionar
los talentos y capacidades operacionales, en suma, en mantener
el espíritu castrense y alpino que forja la grandeza de
nuestros ejércitos en las montañas de España.
Custodia de la paz y de la seguridad de las cordilleras de
nuestra geografía en la doble dimensión del hombre y del soldado,
porque en el cumplimiento de la misión encomendada
el militar montañero suma a las mejores cualidades guerreras
el humanismo, la aventura y el romanticismo alpinista. Y
si en el verdadero montañismo no vale cualquier medio para
hacer cumbre, la cordada que parte unida regresa unida, los
sueños no se truecan en competiciones comerciales de fama
ni récords egoístas, desde su ingreso en nuestras unidades, escuelas
y academias el militar montañero sublima estos principios
por el hermanamiento existencial de quienes nos hemos
consagrado a una religión de hombres honrados para triunfar
no sólo sobre los peligros alpinos sino también ante las asechanzas
de cualquier ejército enemigo que intente mancillar
nuestras cumbres y valles de España.
Como montañeros los militares afrontamos cada pico como
un duelo íntimo, arriesgado y poético -a la par que severo física,
mental y técnicamente- entre el hombre y la creación. Pero
como soldados del Reino de España entendemos el montañismo
como un instrumento y escenario bélico donde defender la
Patria. Y lo hacemos, incluso en condiciones y vías extremas,
conocedores de la regla esencial de cualquier cordada que recordó
Gastón Rebuffat en su mejor libro, Etoiles et Tempêtes
(Estrellas y borrascas): “el mejor alpinista es un alpinista vivo,
donde la cordada sale y regresa unida hasta el final, trágico o
feliz”. Sirve de ejemplo el relato de Herzog en “Annapurna. Primer
ochomil”, coronado en 1950 con técnica alpina por Maurice
Herzog y Louis Lachenal, y en cuya bajada Lionel Terray
y Gastón Rebuffat se jugaron la vida esperando en la tempestad
a sus amigos, en un vivac extremo a casi ocho mil metros
compartiendo un saco de dormir en una grieta helada, para al
amanecer tirar de ellos hasta el campamento base (por congelación
se le amputaron varios dedos a Lachenal y todos a
Herzog).
De la misma manera, si la amistad alpina es el alma de la
auténtica cordada, la amistad militar es esencial para la eficacia
en la ejecución de órdenes y en el logro de objetivos hostiles
en los que a la amenaza de los combatientes enemigos se
añade un escenario que puede llegar a ser tan peligroso como
implacable: la naturaleza con sus condiciones climatológicas,
geología, altura, riesgos imprevistos de noche y de día. Así nos
lo recuerdan nuestra historia y tradiciones, inmortalizadas
en los soldados que dieron su vida por España como militares
montañeros y a quienes evocamos cada acto a los Caídos al
rezar nuestra oración montañera al “Señor Dios de las Montañas,
Señor Dios de los azules cielos, Señor Dios de las nieves y
los hielos”, rogando al Creador por su eterno descanso en las
cumbres del paraíso y que “proteja a los que guardan la paz de
España en solitarias cumbres”.
Son estas líneas un homenaje a ellos, nuestros mejores soldados
alpinos, cuando en estas cimas pirenaicas el autor de
estas líneas acoge como sacerdote militar montañero el poema
del montañero, jurista, escritor, sabio Unamuno al contemplar
desde el Pico Almanzor las aldeas de los valles, al hollar
la piedra y la nieve, al sentir en el rostro el gélido aire puro,
al escuchar el silencio sonoro sobre las vertiginosas paredes,
al compartir la amistad con su cordada, al latir en su pecho
militar y humanista la paz de España, al rezar a Dios: “aquí, a
tu corazón, Patria querida ¡Oh, mi España inmortal!”. Cimas de
la amada España, eternamente custodiadas por nuestros soldados
de nuestras Unidades de Montaña.
Alberto Gatón Lasheras
Capellán cs Cte. de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones
Especiales (EMMOE) y del Regimiento de Infantería
“Galicia” 64 de Cazadores de Montaña.