NACIONAL
Durante su estancia en la Academia
General Militar, lo más brillante que hizo
el cadete Cabrelles fue la «amonestación»
que sufrió, junto a otros compañeros
suyos, de manos del mismísimo general
Galbis, la noche que ocurrió el terrible incendio
que devastó el Alcázar de Toledo.
Y, aunque pronto viajaremos con el joven
teniente Vicente García Cabrelles a Cuba
y Filipinas, porque no hay soldado que no
sea hijo de su tiempo, no podemos dejar
de contar cómo ocurrió esa acción tan brillante
que mereció la reprimenda del mismísimo
general director de la Academia
General Militar.
Es 9 de enero de 1887 y, de pronto, con
un comienzo lento y una propagación veloz,
las llamas adivinan que la madera y
los libros del Alcázar pueden llenarse de
fuego con cierta facilidad y no desaprovechan
la oportunidad de devastar cuanto
lamen; para llevarse al humo, a la ceniza, a
la nada, toda la reconstrucción que había
llevado a cabo cinco años antes el general
Marqués de San Román con el objeto de
instalar allí la Academia General Militar.
Viendo el enorme peligro que envolvía
a cuantos allí estaban, y pensando en el
supremo valor de las jóvenes vidas que
cursaban sus estudios militares en la
Academia del Alcázar, el general Galbis
ordena tocar «Generala», que formen
todos los alumnos y que los jóvenes cadetes
abandonen el Alcázar, dirigiéndose
ordenadamente hasta el edificio de Santa
Cruz para ponerse a salvo.
Pero hete aquí, que ni las llamas ni la orden
del general Galbis fueron suficientes
para que unos jóvenes cadetes decidieran
pensar por su cuenta que su Academia
General, pasto para las llamas, necesitaba
su ayuda en aquel terrible momento;
y muchos de ellos escaparon de filas para
dedicarse a las tareas de extinción del
incendio, dando un notable ejemplo de
constancia y algunos de heroísmo, como
aquellos que desalojaron el polvorín.
Pero, claro, habían desobedecido una
orden del mismísimo general Galbis, y el
general no estaba dispuesto a que eso
Cabrelles desobedeció
la orden del general Galbis
y se quedó apagando
el incendio del Alcázar
pasara, como si tal cosa, en la Academia
Militar donde empezaban a curtirse los
futuros oficiales del Ejército español; así
que redactó la Orden de la Academia del
día 22 de enero, donde textualmente decía
lo siguiente:
No pudieron los alumnos por prohibición
mía expresa, dirigida a evitar desgracias,
prestar servicios. Si algunos los prestaron
fue porque no supieron la orden mía, o porque
encontraron el medio de separarse de
su compañía con pretextos más o menos
atendibles. Me parece justo hacer público su
comportamiento, digno de todo elogio, aun
37