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REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 854

es además la más larga que podemos usar procedente del espacio. La órbita a la que será colocado el satélite, probablemente heliosincrónica, deberá ser compatible con la medición de la biomasa forestal situada sobre el suelo y localizada entre las latitudes 70° N y 56° S, es decir, incluyendo las zonas tropicales, de las cuales se tiene menos información al respecto. El radar trabajará en función de varios modos de operación, en una trayectoria que ofrezca una visibilidad con un ángulo de incidencia constante (entre 25 y 35 grados). Se espera un ciclo de repetición de entre 25 y 45 días, suficiente para permitir detectar cambios en pasos sucesivos. La misión deberá durar al menos 5 años. Por un lado, las mediciones de biomasa procederán de los datos de intensidad en la señal, mientras que los de la altura de los bosques se derivarán de la interferometría polarimétrica. Los modos de operación se utilizarán por separado o combinados. En el modo de una sola pasada, la imagen polarimétrica SAR contendrá información sobre la superficie (el suelo y las copas de los árboles). La técnica PolInSAR, por su parte, implica varias pasadas y por tanto dos o más imágenes, combinando interferometría y polarimetría para medir la altura de las copas. Por último, si se realizan más pasadas, la técnica SAR Tomography puede llegar a separar diferentes objetivos dentro del mismo píxel, dado que puede analizar la energía de retorno procedente de diferentes alturas. Se han barajado dos tipos de antenas para el radar: el reflector Harris y el reflector Northrop Grumman, cuyos diseños pertenecen a las citadas compañías estadounidenses. Debido a su tamaño, la configuración del satélite se ha visto limitada por su presencia, teniendo en cuenta que durante el lanzamiento la antena debe permanecer plegada. El diseño contempla la necesidad de que el vehículo pueda ser alojado adecuadamente dentro del carenado de un cohete europeo Vega, el vector base para la misión. Una vez en el espacio, se extenderá un brazo, del cual se abrirá a su vez el reflector que constituirá la antena, cuyo diámetro alcanzará los 12 metros. En caso de que sea necesario, el satélite podría también lanzarse en un cohete estadounidense Antares o en el PSLV indio, los cuales disponen de un amplio margen de transporte de masa. Si no surgen dificultades, BIOMASS seguirá pues la estela de éxitos en el programa Earth Explorer iniciada por los satélites GOCE, SMOS, CryoSat2, y sus sucesores ADM-Aeolus, Swarm y EarthCARE, misiones todas ellas pensadas para que los científicos alcancen nuevos niveles de precisión en su comprensión de los fenómenos que gobiernan la geofísica, la climatología o la ecología de nuestro planeta. No serán los últimos satélites que lleven a cabo esta tarea. En octubre de 2009 se solicitaron propuestas para la misión Earth Explorer 8, aprobándose para ella, el 24 de noviembre de 2010, el estudio preliminar (Fases-A/B1) de dos candidatos, llamados Fluorescence Explorer (FLEX) y CarbonSat. Cuando completen su ciclo preparativo, la ESA decidirá cuál de ellos resulta apropiado para convertirse en la próxima Earth Explorer en desarrollo, que podría volar antes de mediados de la próxima década. En todo caso, incluso en una época de restricciones presupuestarias, Europa demuestra con este programa la alta prioridad que tienen para el Viejo Continente las misiones espaciales que pueden ayudar a la Humanidad a resolver los problemas más inmediatos a los que se enfrenta, y que amenazan con cambiar radicalmente nuestro modo de vida, como el cambio climático y otras anomalías de índole ecológica. Una prueba más de que la exploración del espacio está perfectamente preparada para aportar información esencial que de otro modo no podríamos conseguir y que necesitamos para tomar las decisiones de las que depende nuestro futuro. • Operarios suecos miden algunas de las características de los bosques durante la campaña de ensayos BioSAR. (Foto: ESA) REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Junio 2016 543


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