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REVISTA DE SANIDAD FAS JUL SEP 2015

Antonio Ros de Olano, Director General de Infantería, Artillería y Sanidad Militar Sanid. mil. 2015; 71 (3)  207 el ros, de color blanco con esprit de plumas rojas, es usado como prenda de cabeza del uniforme de gala de la Guardia Real26,27. LA GUERRA DE ÁFRICA DE 1859 Y 1860 Las cabilas de Anghera habían destruido las fortificaciones que se comenzaron a levantar para proteger Ceuta, derribando además el linde de piedra que servía de límite entre el territorio español y el marroquí. Por otra parte, las tribus del Rif aumen-taron en frecuencia e intensidad las agresiones a las fortalezas de Melilla, el Peñón y Alhucemas. Las ofensas, aunque no nue-vas, eran graves y llevaron al Presidente del Gobierno, Leopoldo O’Donell, a declarar la guerra. La guerra duró cuatro meses y se inició en diciembre de 1859 con la invasión del Sultanato de Marruecos, un mes después de que el grueso de las fuerzas hubiera desembarca-do en Ceuta. Al mando de todas las fuerzas estaba el propio O’Donell, quien dividió el ejército en tres cuerpos, y puso al frente de ellos a los generales Zavala, Echague y Ros de Olano. Había también un grupo de reserva que mandaba el general Prim y una División de Caballería conducida por el mariscal de campo Alcalá Galiano28. Ros de Olano mandó establecer hospitales generales y hos-pitales de sangre en Ceuta. En campo abierto, había procurado acampar cerca de fuentes puras de agua, estableciendo rígidas normas para emplear las aguas más limpias para consumo hu-mano. Sin embargo, en Ceuta acamparon entre dos hospitales de coléricos, lo que provocó casi de inmediato una epidemia entre las fuerzas allí establecidas. El mismo Ros de Olano cayó enfermo de cólera y finalmente fue uno de los afortunados que logró sobrevi-vir, ya que sin duda la principal causa de mortalidad entre nues-tras tropas no fue producida por las armas enemigas sino por el cólera y otras enfermedades. Dentro de este aspecto sanitario en la guerra de África, merece la pena comentar también que los mé-dicos españoles se percataron de que los heridos de bala de ciertos frentes comenzaron a sufrir lesiones de mayor gravedad. Esto era debido a que al inicio de las hostilidades los marroquíes utiliza-ban como arma de fuego la espingarda, cuyo proyectil era redon-do. Más tarde, los ingleses suministraron armas al Sultanato de Marruecos y las heridas de bala eran provocadas por proyectiles de forma cónica que causaban heridas más devastadoras29,30. Apenas recuperado del cólera, Ros de Olano participó en uno de los enfrentamientos cruciales contra las fuerzas enemi-gas. El escenario de esta acción se desarrolló junto al rio Guad-el- Jelú, que significa “Rio dulce”. Los detalles de aquella bata-lla quedaron dramáticamente reflejados por la pluma de Pedro Antonio de Alarcón, periodista, escritor y testigo directo: “El General Ros de Olano los dejó acercarse cuanto quisieron, sin inquietarse de sus alaridos, ni de las banderas que ondeaban ante nuestros ojos; pero luego los vio a distancia y apiñados como una manada de ovejas, mandó hacer fuego a la artillería. Yo no he visto nunca puntería tan admirable”. En definitiva, la victoria de Guad-el-Jelú contra unas encarnizadas fuerzas hostiles fue decisiva para ganar la batalla de Tetuán31. Concluida la guerra, Isabel II honra a Ros de Olano con los títulos de Marqués de Guad-el-Jelú y el de Vizconde de Ros, que sumaría al de Conde la Almina que la Reina le había concedi-do con anterioridad32. En esa época era usual que los monarcas ennobleciesen a militares que habían destacado en el campo de batalla o en otros servicios a la Corona, sin embargo a Ros de Olano nunca le gustó darse a conocer por esos títulos. De regre-so a España, pasó a ejercer la Dirección General de Infantería, cargo que había ocupado antes33. Además, en julio de 1860 la Reina Isabel II le nombró Comandante General del Real Sitio de San Ildefonso para encargarse de su seguridad personal durante los periodos que pasaba en aquel lugar. Corrieron después años en que nuestro general repartió su tiempo de una manera más apacible entre sus tareas en la Direc-ción de Infantería y el Senado, compaginándolo con una mayor dedicación a la literatura. Publicó la colección de Leyendas de África y luego una extraña novela, El Doctor Lañuela. En la lí-nea del género fantástico había escrito ya varios cuentos, que prosiguió con publicaciones de tintes enigmáticos como La Dama Blanca o El Libro de las lágrimas de Elisa. Muchos años más tarde, terminaría las crónicas de los Episodios Militares. Mantuvo una profunda amistad con Espronceda (que le dedicó su obra de El Diablo Mundo) y otros escritores románticos. Ya antes de la guerra de África, tenía por costumbre acudir a una tertulia, la de El Parnasillo, en el Café del Príncipe, junto al Tea-tro Español de Madrid, donde también se reunían otros perso-najes del mundo de la literatura y del arte, tales como Larra, Zorrilla, Campoamor, Hartzenbusch, Mesonero Romanos o de la política, como Bravo Murillo o González Bravo34-37. Figura 2. Ros de fieltro gris de cadete.


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