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La ansiada mañana del Día de Reyes llegó por fin y Dani, tras finalizar su guardia y cambiarse de ropa, arrancó su coche y se puso su camisa favorita, regalo de Yago. Después, impaciente, condujo hasta su casa. Estaba deseando ver a su familia. Al abrir la puerta su mujer e hijo acudieron con gran alegría a darle un beso de bienvenida y a enseñarle los regalos. El niño, además, estaba deseando contarle algo. – ¡Papá, papá! ¿Los has visto? –¿A quién, hijo? – ¿A quién va a ser, a los Reyes! – ¡Ah... sí, sí, claro! – dijo el padre mientras guiñaba el ojo a su mujer. – ¡Menos mal!, porque al final me he dormido… por suerte, por si me dormía, les había escrito una carta explicándoles mi regalo para ti y la tenía junto a mi almohada. – ¡Muy bien, muy bien! Es lo que tienes que hacer, dormirte… para que te puedan dejar los regalos. – Y como ya no está la nota, imagino que se la han llevado –respondió el niño sin prestar demasiada atención a lo que le decía su padre– Yo les he dicho donde estabas de guardia para que te la llevaran. Y les he avisado que estarías despierto. ¿Te gusta? – Sí, sí… – dijo el padre como siguiéndole la corriente a su hijo. – ¡En serio! ¿Te gusta? – Mucho hijo, mucho – contestó mientras salía de la habitación intercambiando una mirada de desconcierto con su mujer. Un par de meses después, Dani ya estaba desplegado como miembro del destacamento Mamba del Ejército del Aire en Libreville. En la capital gabonesa conducir es un riesgo añadido e inevitable. Esa mañana, después de una visita del destacamento al orfanato para entregar algunos alimentos, tuvo que regresar de nuevo, ya que se habían olvidado algo muy valioso: las manualidades que los niños les habían regalado como muestra de cariño y afecto. Durante este corto recorrido el conductor gabonés que normalmente conducía su coche, no pudo esquivar a otro vehículo cuyo conductor, ebrio, se saltó la mediana de la autovía y chocó violentamente contra el coche del militar. Dani se tapó la cara esperándose lo peor y, tras dar dos vueltas de campana, el coche se detuvo en mitad del campo. Su vehículo quedó destrozado, pero él estaba intacto. No salía de su asombro. «¡Menuda suerte he tenido!», pensó mientras trataba de quitarse de encima al conductor, que cayó sobre él al no llevar cinturón de seguridad. El gabonés, con la ropa rasgada y algunas heridas de escasa gravedad, daba las gracias por su impresionante suerte mirando al cielo. Con un importante susto todavía en el cuerpo, Dani regresó a su lugar de trabajo, la base francesa de Camp de Gaulle. Y poco después, al finalizar su jornada laboral, se dispuso, como siempre, a cambiarse de civil. Al ponerse su camisa preferida, un trozo de papel se deprendió del bolsillo de esta sorprendiéndole. Sin duda era la desaparecida carta de su hijo: «Queridos Reyes Magos. Quiero pediros el regalo más importante de todos, es para mi padre que ahora se va de misión. Él me dijo un día que los militares trabajan para dar seguridad a todos y que algunos padres, a veces, conseguían unos trajes invisibles que nos protegían a los niños de todos los peligros, aunque había muy pocos y eran muy difíciles de conseguir. Y eso es lo que quiero para mi padre: un traje invisible protector. Como imagino que serán muchos los niños que os lo pidan, yo estaría muy contento con que se lo pudierais dejar a él durante el tiempo que esté en Gabón». n 1006 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Diciembre 2019


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