INTERNACIONAL
a otra mujer escondida en el canalón del
desagüe.
Procuran llegar hasta ellas, pero el francotirador
sigue disparando y todos están
inquietos tratando de asomarse y ayudar
a las mujeres. Creen que todavía puede
estar viva sobre los adoquines, por la costumbre
que tienen en esos lares los francotiradores
de herir a la gente para que
sus familiares, amigos o camaradas oigan
sus lamentos y, perdiendo los nervios,
salgan prestos a ayudar, doblando o triplicando
la caza. Como ven que no pueden
acercarse sin poner en riesgo extremo
sus vidas, dan aviso al teniente Víctor
Pujol de Lara, que acude con sus paracaidistas
a la zona.
Tienen que dejar el blindado abajo y llegar
a pie. Para ello, el teniente Pujol y el
sargento 1º Maximino Serrano, acompañados
por un intérprete, echan pie a
tierra y se dirigen al lugar donde se oyen
los disparos. Localizan a Balanya, a Cabo
y a Muñoz, y a algunos soldados de la Armija
que se protegen como pueden junto
a los salientes de la pared; y ven a las
mujeres, una tendida sobre la calle y otra
dentro del canalón de desagüe. Le llega
un olor —que es el más duradero de los
sentidos— que ya conoce; luego adivina
el juego de colores que pinta el suelo.
Las mujeres visten ropas oscuras y una
de ellas, la que está escondida, lleva un
chaleco antibalas; luego, Víctor sabrá que
es una cooperante de Unicef, que se llama
Selma Slipicevic y que acudió presta a
ayudar a la mujer herida, cayendo en esa
trampa.
Al grupo se ha unido el sargento Mariano
Vicente, perteneciente a otra patrulla, y
entre todos deliberan qué acción llevar a
cabo. Mariano propone lanzar un bote de
humo y aprovechar ese momento para
sacar de allí a las dos víctimas. Y eso, sin
dilación, hacen. Cogen el bote, quitan la
anilla y lo lanzan.
El humo silencioso va cogiendo espacio.
Selma, dentro del canalón, sigue como
puede los movimientos de los cascos azules
españoles. Sabe que donde está ella
llega la muerte del francotirador y que un
trecho, de unos pasos, la separan de un
lugar seguro. Con la mente se distancia
Casi reptando,
agarra a la otra mujer,
mortalmente herida
de un disparo en la cabeza
cada vez más. El teniente Víctor Pujol decide
ir a por ellas amparado en un humo
que sabe incapaz de frenar un disparo. Al
verlo entre el humo, Selma se incorpora y
Víctor la agarra y la empuja hacia sus compañeros,
viendo cómo ella cae unos metros
más allá, de donde los paracaidistas
la sacan sin respirar ninguno, sin respirar.
Mientras tanto, Víctor, casi reptando, agarra
a la mujer que ve mortalmente herida,
porque aprecia un disparo en la cabeza; la
47