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francesa “La Vie au Grand Air”. Cuando habló con Guillaux le felicitó por su reciente triunfo en la Copa Pommery y le pidió algunos detalles sobre el vuelo de Biarritz a Kollum; a Bathiat le felicitó por los éxitos que había conseguido asociado al constructor chileno Sánchez-Besa; también saludó muy efusivamente a Vedrines, a quien había conocido en 1911 por su victoria en la carrera aérea París-Madrid. A continuación los pilotos civiles se dirigieron a sus aeroplanos y se prepararon para despegar. Entonces el Rey “cruzó el campo a grandes zancadas” según la prensa, acompañado del General Hirschauer y el General Michel (que no tendrían ningún problema para seguir a su paso, dada su también elevada estatura). Se situó delante de los hangares y entonces comenzaron los despegues de los aparatos militares, casi todos por parejas para demostrar su dominio de los aparatos. Según la prensa especializada de la época, primero despegaron los biplanos Maurice Farman, seguidos de los monoplanos REP (pintados de rojo, según “lʼAérophile”), los Bréguet, los Henry Farman, los Nieuport, los Borel, los Deperdussin, el Vendôme y el Dorand. Por tanto, las Escuadrillas que se habían congregado en Buc contaban con al menos 7 diferentes tipos de aviones. Comenzó la gran exhibición aérea de los aparatos militares. El cielo se llenó de aparatos que entrecruzaban sus trayectorias y formaron “un gran carrusel del aire”, volando también alrededor de los dos dirigibles. Parece ser que los 72 aeroplanos no estaban todos en el aire al mismo tiempo, sino que los aviones despegaban sucesivamente, ya que el espectáculo más grandioso, según lʼAérophile, fue el que proporcionaron “19 aparatos en el aire simultáneamente”. Acabada su actuación, los pilotos militares se dirigían a aterrizar en los aeródromos vecinos, según se les había ordenado previamente, a fin de dejar libre el espacio para los pilotos civiles. Después de la demostración aérea militar empezó la exhibición de los pilotos civiles. Entre otros participaron Chevilliard en su Henry Farman, Garros en un Morane, Guillaux en un Clément-Bayard, Prevost en un Deperdussin monocoque, Perreyon en un Blériot “canard”, Gobé en un Nieuport, Bathiat en un Bathiat Sánchez Besa, Caudron en un Caudron, Debroutelle en un Zodiac y otros pilotos de demostración de diversas firmas francesas. La apoteosis del carrusel fue el combate simulado entre Roland Garros (“le roi des virtuoses”) con su monoplano Morane-Saulnier y Chevilliard (“le roi des acrobates”) con su biplano Farman. Lo más admirable para los cronistas de la época fue que ni un solo aeroplano tuvo que retardar su despegue por problemas mecánicos. Los 64 aviones y los 2 dirigibles despegaron cuando se les ordenó, sin el más mínimo retraso. Terminada la jornada el Rey, antes de montar en su automóvil, felicitó muy efusivamente al Presidente Poincaré y le dijo que, a su juicio, Francia contaba con la mejor Aviación Militar del mundo. Esta felicitación dejó muy satisfechas a las autoridades francesas que deseaban convencer al monarca de la eficacia de las Fuerzas Armadas de su nación y que querían alejar el fantasma de una posible intervención de España a favor de Alemania en la guerra europea que todos veían avecinarse. LA “ESCUELA NACIONAL DE AVIACIÓN” EN GETAFE La exhibición que había presenciado S.M. el Rey en Buc había demostrado una vez más la conexión entre la aviación militar y la civil. En esta línea, las autoridades españolas ya habían decidido anteriormente facilitar la formación en España de pilotos civiles, que además constituirían oficialmente una reserva de la aviación militar, como en otras naciones. 56 El piloto santanderino Juan Pombo Ibarra, iniciador de una dinastía de aviadores civiles y militares. José Piñeiro ante su Blériot. Una imagen del “Sanxenxo” en las aguas de El Ferrol, el 7 de mayo de 1913.


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