Sables y lanzas: símbolos de la Caballería
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Clavijo. Estoy convencido de que fue
el adelantado de los PRE (pura raza
española), de la estirpe cartujana, los
«caballos para semilla» que años más
tarde criarían los padres cartujos en
el monasterio de la Cartuja de Santa
María de la Defensión de Jerez de la
Frontera.
Santiago y su tordo galopaban y siguen
galopando y volando sobre los
caminos del «Camino», luchando y
también armando caballeros, y es que
como dijo el historiador romano Salustio
en el siglo I a. c.: «Estas cosas
no sucedieron nunca, pero existirán
siempre».
Cuentan las crónicas que el rey Fernando
III de Castilla, el que por méritos
propios sería canonizado por el
papa Clemente X como san Fernando,
el que fuera uno de los capitanes
más grandes de la historia militar de
la Edad Media de España, la manera
como «fue armado caballero por el
mismísimo apóstol Santiago»:
«Había una dificultad protocolaria
para la coronación: era lógico que
el nuevo rey fuera caballero, que
estuviera armado caballero, pero
¿quién sería el caballero que debía
dar el espaldarazo? El problema
se obvió con una imagen del
apóstol Santiago que tenía el brazo
articulado para poder así dejar
caer la espada que armaba caballero
sobre la espalda del infante».
La imagen articulada del apóstol Santiago
del siglo xiii que daba el espaldarazo
en la ceremonia de ordenación
de caballeros es una imagen sedente
con espada en ristre que se encuentra
en el Monasterio de las Huelgas de
Burgos.
En España, es tradicional representar
al apóstol como santo de las batallas,
cabalgando en un corcel blanco, en
hábito de caballero, esgrimiendo una
espada y enarbolando el estandarte
de la cruz.
El origen de esta iconografía nos lo da
Ramiro I cuando narra la famosa batalla
de Clavijo, donde por primera vez
se oye el grito de guerra: «¡Santiago y
cierra, España!», lanzado por el conde
de Altamira, que mandaba las huestes
del obispo de Santiago.
A partir de ahí surgió el mito y se
le empezó a llamar Bonaerges, «el
Hijo del Trueno», de tal manera que
en la Edad Media y en plena Reconquista
las batallas contra los árabes
empezaban al grito de «¡Santiago
y cierra, España!» o «¡Santiago y a
ellos!» como símbolo de unión entre
los cristianos. Qué bien lo describe
Cervantes:
«La imagen del patrón de las Españas
a caballo, la espada ensangrentada,
atropellando moros
y pisando cabezas; y en viéndola
dijo don Quijote:
Este sí que es caballero, y de las
escuadras de Cristo; este se llama
don san Diego Matamoros;
uno de los más valientes santos
y caballeros que tuvo el mundo y
tiene agora el cielo. Que no todos
podemos ser frailes y muchos son
los caminos por donde lleva Dios
a los suyos al cielo; religión es la
caballería; caballeros santos hay
en la gloria».
La verdad es que los hombres siempre
hemos dependido de la montura,
la fusta y el estribo, el caballo tiene las
credenciales muy limpias ante la cultura
y el arte. El «noble bruto», como
algunos lo apodan (no sé por qué, será
porque no lo conocen), ha recibido
esa denominación no solo por lo que
en sí pueda tener de noble, sino por el
título que puedan recibir algunos de
los que los montan: el de «caballero».
Al final de todas las largas jornadas a
caballo, con la misión cumplida, cuando
estaba cayendo la noche y todo parecía
en calma, los jinetes, fatigados
y quebrados por el riñón, se retiraban
a descansar, sintiéndose, como dice
nuestro himno, más «centauros legendarios
» que nunca.
Pero, cuando aparecieron las alambradas
bajas, los caballos de frisa y,
sobre todo, cuando el primer sonido
de una ráfaga de ametralladora retumbó
en el campo de batalla, aquellos
jinetes supieron que la caballería
a caballo había terminado. Los