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del arma y que quizás el caballero,
despojado de su caballo, perdería
algo de su esencia y, sobre todo,
ese «espíritu jinete», la forma de vivir
que siempre los había caracterizado
y que nos supieron legar.
Pero a ese «espíritu jinete» todavía
nadie lo ha podido vencer debido a la
adarga al brazo, toda fantasía, y a la
lanza en ristre, toda corazón.
A estas alturas, nadie ignora que
nuestro apóstol Santiago fue el encargado
de evangelizar España. Vino
y de uno a otro confín, infatigable, fue
sembrando a voleo la semilla redentora
de los ideales cristianos en la
tierra virgen, en el surco inexplorado
de la conciencia de España, y cuentan
las historias que, al ver la terquedad
y la resistencia de los españoles
a su predicación, un día, como Moisés,
cogió las tablas y las hizo añicos;
esto es, harto y cansado de predicar,
determinó coger el camino otra vez y
volver a Jerusalén. Esta impetuosidad
en las resoluciones y esta fogosidad
en la decisión nos dan a entender que
el carácter de Santiago era de fuego y
su temperamento, volcánico y ardiente.
No podía ser de otra manera. Cada
uno es lo que es; Santiago era hijo del
trueno y como un rayo: ardiente, volcánico
y fogoso.
¡Oh, qué lección más preciosa nos están
dando este caballo y su jinete! A
Dios y a España no hay que llevarlos
en el pecho con frialdad ni temor, a
España y a Dios hay que amarlos con
locura y, por servirles, se llega hasta a
hipotecar y vender el corazón y la vida.
Nuestro apóstol, cabalgando sobre su
caballo blanco, rampante y blandiendo
su tizona por los aires, es el retrato
más fiel y la instantánea más acabada
de la España católica y cristiana, pues
en esa actitud desafiante nos está diciendo
que nuestra fe no ha de ser una
fe muerta, perezosa y estéril, sino una
fe activa, dinámica y militante.
Actualmente, la identificación con el
jefe de las milicias celestiales, que
aparece en la portada del Apocalipsis
leído en los cenobios durante los
años más duros de la Reconquista,
se mantiene. Pero, al tomar la espada
como si fuera una cruz (símbolo
de la justicia divina en este caso)
y carecer de moros vencidos a sus
pies, reaparece de manera inesperada
el carácter puramente religioso
de la devoción al santo durante
los primeros siglos, desde el descubrimiento
de su sepulcro en el siglo
viii. (Del libro Castilla y León, Valladolid
y las Fuerzas Armadas, del
coronel de caballería Juan María
Silvela Miláns del Bosch. Academia
de Caballería).
Recientemente, para contentar a
una minoría de fieles y, a la vez, preservar
el espíritu ecuménico, conciliador,
progre y democrático en
boga, el cabildo de la catedral de
Santiago modificó la imagen secular
del apóstol, ¿tan feroz y sanguinario
contra el noble y pacífico ejército
musulmán de Abderramán II?, tapando
con una hermosa alfombra de
lirios y flores blancas las efigies de
los aterrorizados sarracenos que yacen
a los pies de su caballo, víctimas
de la espada justiciera del apóstol.
Del tradicional y hoy políticamente
incorrecto «Santiago Matamoros»,
se ha pasado al híbrido «Santiago
Mataflores».
Junto al acervo de tantos recuerdos
históricos referentes al patrón, también
hay multitud de hechos recientes
que confirman todo lo expuesto:
la prodigiosa indemnidad de la capilla
de la Virgen del Pilar, obra de Ventura
Rodríguez, ante el bombardeo al
que fue sometida la basílica durante
la guerra civil española; la increíble
escalada de puertos, como el del
Pico en la sierra de Gredos, que hizo
merecer a nuestros jinetes la denominación
de caballería de montaña;
la gloriosa jornada de Alfambra,
y, cómo no, los jinetes de Alcántara,
que supieron morir cumpliendo la
misión de sacrificio al proteger la retirada
de sus compañeros de armas.
Puesto que el combate no había acabado
como habían previsto, en Annual
llegó la retirada y asistimos al
desastre, ¡lo nunca visto! No eran
hombres, eran jinetes, gigantes, leones
con fiereza sin igual que, al dar
la vida, sabían que así es la caballería,
arma gloriosa inmortal a la que el
mundo le ha dado un nombre: arma
del sacrificio.
Todo demuestra que no ha caducado
la protección del Hijo del Trueno,
siempre dispuesto a cabalgar llevando
la dirección de los gloriosos escuadrones,
como corresponde al alférez
mayor de la gloriosa caballería española.
Y, como dicen que al amigo y al caballo
no hay que cansarlos, aquí termina
el viaje de este peregrino con paso
tardo de viejo jinete, en un frío día del
mes de noviembre del año de Nuestro
Señor de mmxxi.
Señor Santiago, «caballero andante
de Dios», nunca eches pie a tierra y
que tu tordo jamás pierda la querencia
a nuestra querida España.
¡Ruega por nosotros, que necesitamos
las mágicas rosas y los sublimes
ramos de laurel!
Pro nobis ora, gran señor.
Amén.
SANTIAGO ARRIBA, ADELANTE
Y A ELLOS
SANTIAGO Y CIERRA, ESPAÑA
SANTIAGO Y CIERRA, EUROPA
BIBLIOGRAFÍA
Son muchos los libros y artículos consultados
para la confección de estas
notas, pero quiero mencionar concretamente
los que me han servido
de guía y sin los cuales me hubiera
sido imposible reflejar todo lo que he
intentado escribir.
Me refiero a los trabajos que presentaron
en 1992 dos compañeros, dos
coroneles de caballería, al premio extraordinario
Memorial de Caballería
de ensayo, convocado para conmemorar
el centenario de la ratificación
real del patronazgo de Santiago apóstol
para la caballería española. Por orden
de antigüedad, son:
- Ramón Touceda Fontenla (†), coronel
de caballería, que fue profesor
de la Academia de Caballería
de Valladolid, con su trabajo titulado
«Santiago, patrón de la caballería».
- Salvador Zunzunegui Costas, coronel
de caballería y jinete, ganador
del concurso con su trabajo «Arriba,
adelante y a ellos».
A los dos, gracias de corazón.■