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MEMORIAL DE CABALLERIA 84

Varios MISCELÁNEA Ese es el terreno donde el coronel juega fuerte y no se encuentra desasistido como en el patio, donde los saludos marciales de la tropa sorprendida te recuerdan que tu reino no es de ese mundo de la grasa y del humo de escape, que la distancia es mayor de lo que tú quisieras. Sin embargo da igual. Da igual que nos podamos sentir algo tensos, que podamos notar en el subordinado una respuesta algo mecánica, un «señor, sí señor» porque hay que hacerlo. El despacho no es el lugar para el transcurso de la jornada. Nuestra profesión sigue siendo la misma. Una de las grandes conclusiones que he extraído de mis últimos cinco años de mando es que casi todo ha cambiado casi nada. No hay gran diferencia en nuestros medios de combate (¡querido VEC!!!), ni la PR4G es la panacea (también se pierde el enlace aunque sus frecuencias salten, o quizá sea por eso...), las tablets son engorrosas y el plano sigue coexistiendo, las ideas de maniobra siguen el mismo ejemplo simplista que en los tiempos de Viriato (jamás he visto una maniobra original), la decepción táctica sigue siendo un trámite, la tienda «brimar» es más pequeña que la «aneto»... en fin, que no estamos en el siglo XXI que presentíamos en la década de los 80. En esta línea, tampoco cambia el estilo de mando, o no debe hacerlo. El soldado también sigue siendo una persona que lo único que pide es que alguien le conquiste el alma. Que alguien dé con la tecla que le haga saltar la chispa que motivó su ingreso en el Ejército y que suele tender al rescoldo. El soldado, que arrastra los pies en ocasiones, está deseando que alguien le dé un «meneo» y le extraiga la fiera que lleva dentro y eso, afortunadamente, todavía lo puede hacer el coronel. El coronel que asciende y se aleja de las bases, que encanece y no entiende el argot de sus soldados, todavía tiene todo el saber y las herramientas necesarias para sacar petróleo de las masas cuando se adormecen. ¿Quién mejor si no? ¿Quién mejor que el jefe, el verdadero jefe, para sacar toda su experiencia, todo lo aprendido, toda la calma que le da su edad madura, toda la cercanía de un semipadre para aclarar cuáles son los valores que precisan sus soldados? ¿Quién puede expresar mejor el propósito del Mando si no el propio Mando? El coronel tiene todavía el sagrado deber de ser el referente de sus jóvenes soldados, y de los cada vez más numerosos mandos intermedios. «Es muy poco tiempo de mando» dicen muchos. ¿Y qué? ¿Son pocos dos años para incidir, orientar, marcar rumbo? Es verdad que en el ejército actual cada vez estamos más anclados a una ciudad en la que pretendemos vivir «ad aeternum». Por comparación con otros destinos sí, sí parece que dos años sean pocos, pero no lo son. Da tiempo a mucho, a casi todo lo que nos propongamos. Considerarlo escaso es como decir que en noventa minutos no da tiempo a ganar un partido de fútbol; es el tiempo que es, se sabe de antemano y se puede ganar en el primer minuto o en el último. Hace unas semanas, pocas, solicité dar una charla a los capitanes de Caballería del CAPACET en la Escuela de Guerra. Lo hice porque me temía, y comprobé, que el calendario de estudios es altamente exigente en determinados aspectos y más laxo en otros muy importantes. El método de planeamiento, los exhaustivos cálculos procedimentales, la orgánica al detalle, la arquitectura siempre cambiante de nuestro Ejército, los últimos gritos de nuestro armamento... se llevan todo el programa. Seguiremos, en cambio, sin saber historia, sin estudiar los errores y los aciertos de las batallas contemporáneas y del pasado. Nadie se atreverá, porque no sabe, a debatir las alternativas que pudo haber tomado el jefe en la batalla, las presiones que tuvo (de falta de tiempo, de meteorología, de cansancio...) para tomar decisiones, qué otras líneas de acción pudo haber elegido, en qué se basó el éxito para pasar a la historia. Seguiremos sin cultivar las mentes, el espíritu crítico y el pensamiento. Seguiremos acumulando datos y sin hacernos la pregunta que tanto formulábamos de pequeños «¿y eso por qué?». Y seguiremos también sin saber de nuestros valores. El coronel sí que sabe. El coronel se puede permitir ciertas ignorancias técnicas, olvidos memorísticos porque va estando mayor, normativos, pero no puede tener una mínima duda sobre los valores que debe inculcar a su gente. Les decía a esos capitanes casi comandantes que pensasen en las virtudes de un gran capitán (organización, capacidad de trabajo, justicia, liderazgo por supuesto... ¿serían esas?). Les dije mi trío: optimismo, sentido del humor y «apuntarse a un bombardeo». Cada coronel, cada mando, cada cual 96 Memorial de Caballería, n.º 84 - Diciembre 2017


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