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ataque japonés y fueron tiroteados tanto por los japoneses como por el fuego antiaéreo. El último tráfico por citar es el japonés. Poco después de las siete de la mañana del domingo 7 de diciembre, el radar de la Fuerza Aérea en Opana recibe un eco radar desde algo más de doscientos kilómetros al norte, volando en dirección a Oahu. El operador estima que son unos cincuenta aviones. Los buques japoneses habían navegado del orden de seis mil kilómetros desde las Kuriles y aunque en las primeras horas de la madrugada reciben la información de que no están en puerto los portaviones, a las 06:15 comienzan a despegar los primeros aviones de los 353 que se emplearían en el ataque. Estos son los que detecta el radar de Opana. Este radar tenía que haberse apagado a las siete, pero el operador estaba en formación y el instructor había decidido prolongar las prácticas. El operador se puso en contacto con el Centro de Información de Combate, que había estado operativo durante el ejercicio finalizado el día antes, pero que ahora estaba desactivado, e informó a un teniente que estaba en el centro, pero el oficial no le dio importancia por suponer que serían los B-17 que venían del continente. Faltan cuarenta minutos para que estalle la guerra en el Pacífico. A las 07:55 las primeras bombas empiezan a caer sobre los aeródromos de Wheeler Field, y Hickam, al mismo tiempo que los torpederos, y luego los bombarderos, se lanzan contra la línea de buques. El ataque se desarrolló en dos oleadas y, cuando a las diez termina la segunda, solo quedaban utilizables la cuarta parte de los aviones que había disponibles, y habían sido hundidos o seriamente dañados dieciocho buques, entre ellos ocho acorazados, que al decir del propio U.S. Strategic Bombing Survey eran «relativamente anticuados» y que con su pérdida «no se redujo sustancialmente la capacidad de combate de la Navy». Lo que resultaría irreparable sería la pérdida de dos mil cuatrocientas vidas. LO QUE NO SE HIZO El debate sobre lo ocurrido en Hawai se ha centrado casi exclusivamente en si el descifrado de las comunicaciones funcionó a tiempo o no, y si la distribución de la información obtenida fue o no la adecuada, pero el exceso de información en este aspecto ha hecho que se pasen por alto otras circunstancias. Nada se dice del espionaje convencional, del que Roosevelt era entusiasta y miembro del Room, grupo de acaudalados financieros interesados por esta actividad, a uno de cuyos miembros ya había encargado que navegara con su yate por las islas bajo mandato japonés para obtener información y a quien en su calidad de presidente de AT&T le había pedido copia de los mensajes que enviaran la embajadas por líneas comerciales. También habría espionaje más profesional. Se podían haber vigilado las salidas de la Flota Imperial con submarinos, los había con capacidad para hacer cruceros de veinte mil kilómetros y tres meses de duración, y con radar (poco después de Pearl Harbor navegaban por aguas japonesas atacando el tráfico marítimo). Había aviones con gran radio de acción, que podían equiparse con radar, capaces incluso de reconocimientos sobre Japón, de lo que tampoco se habla. Con la mencionada ventaja en radares embarcados y aviones de gran radio de acción se podían haber vigilado los accesos a Hawai, que albergaba el objetivo prioritario para los japoneses. Finalmente, en las horas previas al ataque, se habían localizado submarinos intentando entrar en el fondeadero (uno fue hundido por el destructor Ward) y los radares detectaron dos aviones desconocidos (aviones japoneses de reconocimiento) sin que nada de esto pusiera a la gran base en pie de guerra y tuviera que ser sorprendida por la caída de bombas y torpedos, contra los que no había ni redes de las que se utilizaban rutinariamente en Europa y en el Mediterráneo. A MODO DE CONCLUSIÓN Pearl Harbor fue el acontecimiento que convirtió la guerra en mundial y está envuelto desde su ocurrencia en la polémica. Al margen de teorías que oscilan entre la conspiración y la incompetencia en la búsqueda de culpables, no podemos olvidarnos de que los agresores fueron la Alemania nazi y el Japón militarista y que era necesaria la victoria sobre esta agresión. El juicio más benévolo que podría hacerse sería el de que fue un riesgo mal calculado. Posiblemente se despreció la capacidad japonesa para llevar a cabo un ataque efectivo. • 496 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Junio 2018


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