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162 opinión guerra informativa china revista de aeronáutica y astronáutica / marzo 2020 de información personal comprometida también podían servir para explotar las divisiones existentes en las sociedades e influir sobre sus opiniones públicas. Además, las campañas rusas en Crimea, Ucrania o Siria no solo volvieron a poner de manifiesto la relevancia de la guerra electrónica en los conflictos modernos, sino también demostraron el potencial empleo del espacio radioeléctrico para realizar actividades en la zona gris, desde interferir comunicaciones, degradar sistemas de defensa aérea, suplantar las señales de GPS hasta obstaculizar actividades de inteligencia3. ¿Qué tienen en común las ciberoperaciones de explotación, defensa o ataque, las operaciones de influencia en el ciberespacio o las actividades en el espacio radioeléctrico? Todas ellas se ejecutan en el espacio informativo, que engloba el ciberespacio y cuyos efectos se pueden observar en el ámbito lógico, físico y cognitivo. Aunque el espacio informativo como nuevo dominio de la guerra se popularizó con el auge de la Revolución en los Asuntos Militares (RMA) a principios de la década de 19904, con el paso a la transformación a finales de la década fue reemplazado –quizás por la penetración global de Internet, su impacto en la economía mundial o la creciente dependencia sobre los servicios e infraestructuras que lo posibilitaban– por el ciberespacio como un dominio eminentemente técnico y como quinto dominio de la guerra…al menos para Occidente5. Condicionada por su cultura estratégica e historia política, China entiende que la información es una herramienta esencial para proyectar el poder nacional, uno de los pilares de la soberanía nacional y uno de los principales activos a proteger para mantener la estabilidad del binomio estado-partido. Esta concepción que prima la protección del espacio informativo nacional y la proyección de la influencia exterior –algo que tradicionalmente se realizaba vía propaganda política– es anterior a la llegada de Internet. Sin embargo, en la década de 1990 China alertó de que las nuevas tecnologías eran una amenaza a la seguridad por su potencial desestabilizador y por la dependencia tecnológica y debilidad estratégica que se generaba con Estados Unidos. En consecuencia, no solo consideró necesario restringir el acceso a Internet –aunque también lo necesitaba para entrar a la economía mundial siguiendo los saltos planteados por Deng Xiaoping años atrás– e intentar que la comunidad internacional apoyara su control y regulación para proteger la seguridad nacional, sino también crear un ecosistema cibernético propio y potencialmente aislado del resto del mundo. Paralelamente, sus estrategas militares entendieron que la información –y no las armas de precisión o los sensores tal y como inicialmente asumía Occidente en plena euforia revolucionaria– podía ser el pilar de esta RMA que prometía transformar la guerra6. En consecuencia, asumieron que la guerra informativa sería uno de los pilares de su transformación militar, el fundamento de los conflictos futuros y el marco general donde no solo se emplaza el ciberespacio, sino el entorno donde se ejecuta cualquier actividad física, lógica y


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