Page 19

REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 862

El efecto físico producido a esta altitud, podría tardar, en este caso, varias horas e incluso días, en afectar a la integridad física de otros satélites o, en el peor de los casos caso de una reentrada en la atmosfera, afectaría a zonas habitadas, dentro de un radio de acción similar al de un escenario de miles de kilómetros, similar a una crisis multinacional. Pero la denegación de servicio que produciría, podría colapsar de un modo inmediato la capacidad de posicionar por satélite a toda la población y aquellos sistemas “navego-dependientes”, cuyas consecuencias podrían ser críticas, en un mundo en el que el posicionamiento resulta esencial para una gran parte de la actividad humana, incluso la autónoma o robótica. Para finalizar, si centramos nuestra observación en una tercera altitud de órbita espacial, que discurre entorno a los treinta y cinco mil kilómetros de la superficie, su “habitantes” son satélites geoestacionarios (es decir, inmóviles respecto de una posición geográfica determinada de la superficie Terrestre), y por ello se nos presenta una distribución o malla de posiciones orbitales, utilizados para la mayoría de los sistemas de comunicación por satélite, cuya capacidad SATCOM permite extender el alcance de nuestros sistemas de mando y control, hasta aquellas zonas en las que se pretende interactuar con nuestras capacidades de seguridad y defensa desplegadas a miles de kilómetros de España. En este caso la distancia es similar a la de un meridiano completo, y teniendo en cuenta que se trata de sistemas geo-estacionarios, la determinación de su posición es más factible, lo que podría hacerlos más vulnerables a alteraciones intencionadas, al margen de su mayor exposición a fenómenos atmosféricos adversos, como la radiación solar, por ejemplo. Sin entrar en que estas tres líneas de actividad espacial, están siendo exploradas por múltiples derivadas que “tejen” un, cada vez más espeso, ovillo de actividad Espacial, no es extraño que incluso las primeras potencias espaciales, a nivel mundial, comiencen a lanzar mensajes de “necesidad de cooperación global” ante una potencial amenaza de desbordamiento en la capacidad de vigilancia y seguimiento. Observar, calcular órbitas, cotejar lo observado con las bases de datos, identificar, predecir, seguir su evolución, etc… respecto de sistemas y fenómenos espaciales de muy diversa naturaleza, están pasando de ser parte de la “inquietud científica y curiosa” de nuestros eruditos, para pasar a formar parte de la conciencia de Seguridad colectiva, ahora más vinculada al Espacio, como ha quedado patente en el actual estado de redacción de la Estrategia Espacial para Europa. Pero poder efectuar su seguimiento, neutralizar basura desorbitada sin control, evitar colisiones con ésta y otros cuerpos celestes en rumbo hacia sistemas funcionales, alertar a la población con la trayectoria y posición exacta de impacto contra la superficie de objetos o restos de ellos, supone el siguiente reto principal de los países responsables de disponer de esta capacidad de vigilancia y seguimiento espacial, cómo es el caso de España, y que hoy tratamos de mejorar a nivel internacional, en base a las capacidades nacionales disponibles. Así, dentro de la Política Espacial de la Comisión Europea, impulsada por la resolución del Consejo de 2011 en que se tomaron decisiones concretas al respecto, y se recogió la necesidad de disponer de los medios necesarios para prestar servicios de preaviso o anticolisión, seguimiento de la fragmentación y vigilancia ante los procesos de lanzamiento y re-entrada, que REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Abril 2017 257


REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 862
To see the actual publication please follow the link above