Tirándome” desde la niñez la aviación en general y “la de guerra” en particular, alejada mi casa de los aeródromos militares, nunca había visto de cerca aviones con la Cruz de San Andrés. En vuelo sí, y aún recuerdo las “pasadas” a la playa del “Junkers” del capitán Emilio Martín Moreno, novio de la hermana de unos amigos, los revoloteos del hidroavión Heinkel 114, embarcado en el crucero “Miguel de Cervantes” y del Heinkel He-111b (el de la guerra) con su precioso zumbido, sobrevolando incansable Guecho, para prácticas de la artillería antiaérea; pero memorable fue el “pasadón” de aquel “Junkers” también, que llegado trayendo gente importante para las fiestas de Bilbao, de regreso a Getafe, vacío de personajes, su piloto quiso despedirse de su amiga Marisa, vecina mía. Avisados, algunos subimos a la terraza del 4º piso desde donde, minutos después, veíamos venir a baja altura al trimotor, que, tras pasar majestuoso y bajísimo sobre nuestras cabezas, se tiró hacia el mar, cincuenta metros mas abajo. La verdad es que su tamaño, fragor y la ventolera con que nos bañó, fue impresionante. Años después, supe que aquel arriesgado aviador, era el malogrado capitán Eduardo Romero Baltasar, Medalla Aérea. Pero el día que colmé mi satisfacción fue el 20 de junio de 1950; tenía 13 años y con mi tía María Luisa, invitada por el alcalde de Bilbao, asistí con cámara de fotos a la inauguración oficial del aeropuerto “Carlos de Haya” en Sondica. Contemplando a lo lejos el “montón” de aviones militares con sus escarapelas y Cruces de San Andrés, vino a saludarnos el capitán IA José Ángel Urróz, amigo de mi hermana mayor, quien sabedor de mi afición, se ofreció llevarme a verlos de cerca. Primero los “Curtiss” (o “Chatos”) del 33 Regimiento de Asalto de Valladolid que, la víspera, había visto sobrevolar en número de dieciocho el desfile de Bilbao; ahora estaban allí; faltaba uno que roto al aterrizar, discretamente lo habían retirado. Mi “ángel guardián” me presentó al coronel Mata Martín, que había venido al mando de ellos. Muy simpático, me metió en uno. Extrañado por la falta de una butaca, me explicaron que en aquel hueco metálico que yo pisaba, encajaba el paracaídas que llevaba el piloto y que se llamaba “de asiento”. También me aclararon que el tubo en el centro de la hélice no era una ametralladora, sino el enganche de la puesta en marcha. En lo que insistió el coronel es que eran de fabricación rusa y habían sido muy importantes en la guerra pilotados por los republicanos, quienes escribieron muchas páginas heroicas también. Continuando nuestro paseo entre las dos líneas de “Curtiss”, vimos varios “Junkers” color gris oscuro; alguno, ostentando sobre la cabina una bandera metálica similar a la de los coches de los generales. Retraté al He-70 “Rayo” del general Rubio, que pintado amarillo-crema, igual que los veleros que años después conocí, no me gustó; a un DC-3 todo él pulimentado y a un Savoia 81 bastante más estilizado que el “Junkers” plateado y con una librea y adornos en las carenas de sus ruedas azul añil. Por último, el “Alcotán” el bimotor metálico de proyecto y fabricación totalmente nacional como entonces, no sin cierto triunfalismo, se le describía. El año anterior había visto su primer vuelo en el NO-DO; y ahora tenía la suerte de contemplar su esbelta silueta, con su morro apuntando al cielo. Al acercarnos, nos saludaron unos aviadores muy simpáticos –pienso que serían Huarte Mendicoa y Murcia– quienes conocían a mi tío “Chista”, el coronel, ofreciéndose a enseñarme el interior. Tras acceder a él, recorrí el pasillo con sus diez butacas y un acabado confortable; luego, en cabina, sentado en el puesto de comandante, escuché explicaciones sobre aquella maraña de relojitos e interruptores. Cuando los tripulantes del avión charlaban animadamente en el puro un suboficial mecánico les interrumpió: ¡El Caudillo ha llegado y viene para aquí…! Rápidamente salieron todos para formar ante el avión; antes alguien, refiriéndose a mí, preguntó: Y ¿éste…? No se de quién fue la idea, de que me “escondiera” en el retrete, y así fue. Franco con su séquito marchaba por el camino de rodadura, entre las dos líneas de “Curtis” cuyos pilotos formaban ante ellos; luego, campo a través llegaría hasta el “Alcotán” penetrando en su interior. Dado que era el avión más alejado, pienso que no estaba programada su visita y cogió a todos de sorpresa. Tras unos minutos en los que temí que su inspección alcanzara también al WC, imaginándome la sorpresa de encontrarse a un crio en él, las autoridades abandonaron el avión y entre risas, los tan amables aviadores del INTA se despidieron, acompañándome a Urroz a reunirme con mi tía que, aunque se imaginó estuviera “metido en todas las salsas”, jamás pensó donde. Gómez Spencer y Gonzalo Taboada, hubieron de lanzarse en paracaídas debido a gravísima emergencia. Poco después, se presentaba una nueva versión con motor de 225 cv, de la que Aviación Militar adquirió en 1932-34 dieciocho ejemplares y la Aeronáutica Naval siete más. Siempre dedicados a la instrucción avanzada, la guerra civil sorprendió a casi todos en zona gubernamental, utilizándolos en un primer momento como bombarderos, para pasar luego a las Escuelas, donde a su término, los 13 E-30 recuperados cumplieron su labor. Aunque en la AGA no se llegaron a utilizar, uno (foto) participó en la película “Alas de juventud” rodada en 1949 en San Javier. Momentos para recordar La inauguración oficial de Sondica Hace 45 años Veteranos ases Sevilla 5 abril 1972 En los festejos que hoy han tenido lugar en la Base Aérea de Tablada, culminados con la imposición por S.M el Rey, de la Medalla Aérea al ministro del Aire, teniente general Salvador y una brillantísima exhibición aérea (RdeA y A. 4/2012) la cámara captó a este trío de ases, compuesto (de izq a dcha) por los tenientes generales Miguel Guerrero, Mariano Cuadra y Javier Murcia. Todos lucen la Medalla Militar y el primero, también la Medalla Aérea. REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Abril 2017 331
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