NACIONAL
Igueriben. Con los víveres y aguadas van
soldados de Intendencia de la 5ª Compañía
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montada, el alférez de Intendencia
Enrique Ruiz Osuna, el sargento Ricardo
Rodríguez, el cabo Antonio Sardiñas, 42
soldados, dos caballos y 22 mulos, apoyando
también con mulos de unidades
de Intendencia a los del Parque Móvil
para transportar la munición.
El teniente Ernesto Nougués y sus artilleros
han estado también preparando la
carga sobre los lomos de sus animales:
granadas de metralla, rompedoras y cartuchos
de fusil como para cargar 41 mulos.
La protección del convoy queda en
manos de una columna al mando del teniente
coronel Marina, del Regimiento de
Infantería “Ceriñola” nº 42, formada por
tres compañías, una batería de montaña;
además de un tabor y los escuadrones
de Regulares; donde, al mando de uno
de ellos, el capitán de Caballería Joaquín
Cebollino von Lindeman escribirá ese día
con audacia su propia historia.
Desde Igueriben ven el polvo que levanta
la columna; desde Igueriben, adivinan
la deseada agua que traen los mulos
en barricas tapadas con lonas; desde
Igueriben ven cómo un convoy, el último
convoy de Igueriben, serpentea para
instalarse en la infinita memoria. Desde
Igueriben.
Nada más salir de Annual, la columna
empieza a recibir fuego rifeño y el comandante
Romero es alcanzado por
disparos de un tirador que lo ha localizado
entre el polvo que levantan los
cascos de los animales. El hostigamiento
se recrudece y la Caballería que protege
la columna comienza a cargar sobre
el enemigo para asegurar la progresión.
El capitán Joaquín Cebollino von Lindeman
desata
la maniobra y pide a sus regulares,
a su escuadrón de Caballería,
que desenvainen sus sables y apresten
sus fusiles demostrando cómo la fuerza
de sus caballos, como un vivo impulso,
recorre el cuerpo de los jinetes hasta
llegar a la punta de sus sables y acabar
con esas cercanas gumías, que esperan
La fuerza de sus caballos,
como un vivo impulso,
recorre el cuerpo
de los jinetes
a la columna a ras de suelo, haciéndolas
huir. Por todos lados silban disparos, y
su sonido, que conocen tan bien, penetra
en la tierra. El capitán sabe que sus
60 regulares del Tabor de Caballería del
Grupo de Regulares Indígenas de Melilla
nº 2 llevan el nervio de sus caballos en
la sangre y podrán empeñarse, sin más
freno que el de sus propias riendas, en
el combate con el enemigo, permitiendo
la progresión de la columna y asegurando
al convoy por los escarpados riscos
rodeados de enemigos, que superan los
1.500, muchos de los cuales caerán en
ese combate. Los rifeños, ante las acometidas
de la Caballería, asemejan mo-