NACIONAL
vimientos de nubes que mueve el viento
abriéndose en el espacio y en el tiempo,
un espacio de 3 kilómetros, que es lo
que separa al convoy de Igueriben.
Por todos lados suenan disparos, y los
soldados de Artillería e Intendencia, con
su valioso material embastado en los
lomos de sus mulos, a los que estiman
como si fueran su sangre, tienen que luchar
no solo contra un enemigo que les
dispara constantemente, hiriéndolos a
ellos y a los animales, sino también con
la dificultad de mantener fijos en el camino
a los mulos, que ya entienden tanto
Desde Igueriben
siguen apoyando
la llegada del convoy.
¡Ya están dentro,
lo han conseguido!
como ellos de la guerra. Los soldados de
Intendencia y Artillería han vivido demasiadas
veces esa situación con las manos
atadas a las riendas de sus animales para
que no se desboquen. A veces, echan de
menos el poder entrar en combate con
las manos libres para empuñar sin dificultad
un fusil o su bayoneta; a veces, sienten
que su posición es la más indefensa;
pero comprenden que sin sus preciados
mulos toda defensa y todo ataque están
perdidos; y, sin remedio, deben cambiar
sangre por agua y municiones. Por eso,
entienden que ellos tienen que pelear
con las manos atadas. Por eso, ellos han
aprendido a gobernar a los mulos con
una sola rienda, y estos a conocer bien la
mano que los lleva.
El fuego es continuo y silban las balas
por el camino. Los rifeños han tomado
la Loma de los Árboles y desde allí les
disparan auténticas andanadas de fusil.
Los mulos reciben los tiros con un estoicismo
casi franciscano. El soldado Doménech
ha sido herido y ha visto cómo han
alcanzado varios impactos a su mulo,
atravesando una de las cubas de agua.
Espera que el atalaje haya protegido en
lo posible a su animal. El alférez Enrique
Ruiz no para de arengar a sus intendentes
y, pistola en mano, se defiende. Todos
hacen fuego hacia los cerros desde
donde les disparan.
Los artilleros demuestran de qué pasta
están hechos cuando de tirar de sus
mulos al combate se trata. El teniente
Nougués ha perdido su caballo de un
disparo; rápido se levanta y se lanza con
sus artilleros a recoger varias cargas de
munición que han caído por la pendiente
al ser abatidos los mulos. Sin dudarlo,
los artilleros José Luque, Juan Muñoz, Antonio
Morillo y José Sánchez bajan a por
la munición —varias cajas de granadas
rompedoras y cartuchos de fusil— y la
recuperan.
Todo el convoy y su protección se encuentran
inmersos en un combate infinito,
que para ellos es un laberinto de
ataques, disparos, cargas, acometidas,
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