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boración del Sr. Kindelán en los trabajos que se han enumerado hizo presentes en la misma comunicación estos servicios en la forma que los aprecia”. LA REAL ORDEN DE LA DISCORDIA Amodo de complemento del acta, y en perfecto acuerdo con Torres Quevedo y Kindelán, el coronel Julio Rodríguez Mourelo redactó unas cuartillas que podían servir como minuta de una Real Orden para publicar en la Gaceta, notas que Vives aprobó más tarde. Las cuartillas se entregaron en el Ministerio de Fomento, al que acudieron el coronel Rodríguez y Torres Quevedo para que se redactara la Orden de acuerdo con lo que allí se decía. Sin embargo, el funcionario del Ministerio de Fomento que preparó la redacción definitiva introdujo por su cuenta y, seguramente, con la mejor de las intenciones, algunas modificaciones. El texto final de la Real Orden, dirigida al Ministro de la Guerra y fechado el 27 de julio (publicado en la Gaceta de Madrid del 2926), decía textualmente: “Enterado del éxito satisfactorio obtenido en los ensayos del globo dirigible, de invención del Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos D. Leonardo de Torres Quevedo, así como de la cooperación que en dichos ensayos viene prestando el Capitán de Ingenieros D. Alfredo Kindelán, y considerando la conveniencia de que desde luego se designe a dicho globo con el nombre del inventor que ha llevado a la práctica el resultado de sus estudios y de su competencia en tan importante invento; De conformidad con lo propuesto por la Dirección general de Obras públicas, S.M. el Rey (Q.D.G.) se ha servido disponer que se designe y denomine el globo de que se trata con el nombre de su inventor, “Torres Quevedo”, y que se signifique a V. E. el señalado servicio que con su cooperación ha prestado para el éxito de los trabajos y ensayos correspondientes el Capitán de Ingenieros D. Alfredo Kindelán”. Finalizadas con éxito las pruebas con el dirigible27, D. Leonardo se retiraba a descansar al Valle de Iguña como paso previo para un nuevo proyecto: viajar a Suiza, con la experiencia de un año de éxitos del “transbordador del Monte Ulía”, para intentar de nuevo que un teleférico torresquevediano llevase pasajeros a los centros turísticos y deportivos de los Alpes. Pero Kindelán, que había entregado más de tres años de su vida al proyecto de dirigible ideado por Torres Quevedo, cumpliendo su papel de ingeniero constructor con extraordinaria eficacia, recibió ofendido la Real Orden y se lo hizo saber al inventor en diversas cartas enviadas durante el mes de agosto. El 1 de agosto le manifestaba28 “la desagradable impresión que a cuantos amigos y compañeros he hablado del asunto ha causado la Real Orden. Rodríguez Mourelo y Vives han contestado que, en efecto, difiere esencialmente en forma y fondo de la que conocíamos”. En la última de las cartas enviadas a finales de ese mes apuntaba el ingeniero militar: “Hoy le escribo para anunciarle que después de bien pensado, estoy convencido de que no puedo seguir dignamente en el Centro después de lo ocurrido en el asunto de la R.O. que apareció en la Gaceta y que a Vd. le pareció bien, y como consecuencia de dicho convencimiento ruego a Vd. acepte la dimisión que desde ahora le anuncio y que presentaré de oficio cuando reciba su contestación a ésta”. Kindelán no aceptaría el ofrecimiento de entrevistarse que le hizo Torres Quevedo en diferentes escritos, y, cuando más tarde le confirme su decisión en una nueva carta, le escribiría: “bien claro hago constar que fundo mi dimisión en que no se da a mi colaboración la importancia debida; pero nada del nombre del dirigible. Sabe Vd. que desde el principio, y aun contra Vives y Marvá, alguna vez he sostenido que no me molestaba el nombre que al globo se diera”. Kindelán sabía que su decisión tendría “consecuencias que pueden ser desagradables para mí pues puede atribuirse a excesivo amor propio, desenfrenada ambición o quizás a falta de valor personal”, pero confiaba en que no se vieran afectados los ensayos pendientes que quisiera continuar el inventor, por considerar que su labor como ingeniero constructor del dirigible había terminado con un rotundo éxito. Además, enviaba un generoso ofrecimiento a D. Leonardo: “para familiarizar, si no lo está, a quien me sustituya con la Aerostación me ofrezco a pilotarle dos o tres ascensiones, poniendo a disposición del Centro el globo “Valencia” de mi propiedad; y en cuanto al conocimiento de los motores y del dirigible en su totalidad no tengo que decir que cuanto sepa y cuanta práctica tenga, pasará a conocimiento de Vd o de quien me sustituya”. La respuesta de Torres Quevedo constataba el pesar del inventor porque la redacción de la Real Orden supusiera el final de lo que había sido una estrecha colaboración29: “Siento muchísimo la resolución que me comunica Vd en su carta, pero no tengo más remedio que admitirle a Vd la dimisión. De una parte el haber creído Vd necesario dar este paso, después de pensarlo maduramente y de consultarlo, sin aguardar a que yo llegue a Madrid, me hace ver que su decisión es irrevocable; y por otro lado yo no creo que la R.O. le coloca a Vd en situación desairada, pero no podría, aunque quisiera, hacer nada en este asunto”. Agradeciéndole su eficaz cooperación durante los tres años que perteneció al Centro, le recordó que su salida tenía mucha importancia, puesto que con ella Torres Quevedo per- 35 Carta de Kindelán a Torres Quevedo presentando su dimisión como auxiliar del Centro.


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