NUESTRAS UNIDADES
NOVENTA Y SIETE AÑOS PARA UN FIN
Redacción
Una año más, la VII Bandera celebró su aniversario, una oportunidad para reflexionar sobre quiénes somos, quienes debemos
ser y cómo perseverar para mantener esos dos estados, el ser y el deber ser, lo más próximos posible.
Ante la preocupante situación del protectorado español en Marruecos a comienzos de 1925, y dado el excelente resultado
obtenido por La Legión desde su fundación, el gobierno dispuso un aumento de la plantilla para dicho cuerpo. Así nació la VII
Bandera Valenzuela.
El 1 de mayo de 1925 quedó organizada en la plaza de Dar Riffien, empleando su primer mes de historia en labores de
organización e instrucción para, el 2 de junio, hacer su primera salida de campaña. Pronto recibiría su bautismo de fuego
y, a principios de septiembre, apenas cuatro meses tras su organización, sus legionarios saltaban de las barcazas K y,
combatiendo, tomaban las alturas que dominaban la bahía de Alhucemas, permitiendo así el desembarco seguro de las
unidades que los seguían. Ese corto espacio de tiempo entre su nacimiento y su empleo en la vanguardia de una operación tan
demandante, nos ayuda a entender claramente para que nació la Bandera y, por lo tanto, cuál es el objetivo al que debemos
orientar nuestros esfuerzos: el combate.
El combate, el estar preparados para ser empleados en cualquier momento en las situaciones más difíciles, ese y no otro, es
nuestro fin, en el que debemos volcar todo nuestro afán.
Teniendo claro nuestro objetivo, el camino que nos lleva a él es tan fácil de identificar como, en ocasiones, incomodo de
recorrer. Sin embargo, por difícil que sea, es un camino que no permite atajos, que exige aprovechar cualquier oportunidad
para instruirnos, sin esperar a que se den las circunstancias favorables para hacerlo; que requiere identificar y priorizar las
tareas a practicar, el equipo a emplear y los procedimientos a dominar, olvidando los adornos y lo superfluo aunque nos agrade
más o responda a supuestas «últimas tendencias».
La permanente disposición y disponibilidad para ser empleados, debe reflejarse en cada una de nuestras actividades, aunque
alguna de ellas pudiera parecer poco relacionada con el combate a alguien con poca experiencia o conocimiento de la
profesión. El respeto por nuestras tradiciones, el mantenimiento de nuestros usos y costumbres, la marcialidad en el orden
cerrado; el desvelo y exactitud en cada servicio, la entrega e ilusión en cada trabajo encomendado… Todo, cada una de
las tareas, tiene su transferencia a nuestra capacidad como combatientes y como tal debemos acometerlas, teniendo claro
que son los pequeños sacrificios diarios los que nos preparan para acometer los supremos que el combate nos exigirá y
recordando siempre que «en La Legión sirve mal quien sirve a medias».
El camino es incómodo y, recorrerlo como debemos, exige de nosotros el cumplimiento de los preceptos recogidos en
nuestro Credo y que se resumen en la principal virtud legionaria, la generosidad. Generosidad hacia nuestros compañeros
y hacia nuestra patria, absoluta con nuestro esfuerzo y, cuando sea necesario, con nuestra sangre. Generosidad que debe
ir acompañada de la alegría legionaria que hace menos pesados los sacrificios y que parezcan más sencillos los desafíos.
Un año más, en su aniversario, los legionarios de la VII Bandera, han renovado su compromiso. El compromiso de mantener
la línea firme que nuestros antecesores marcaron hace ya tantos años, permaneciendo unidos, preparados y dispuestos para
ser empleados en los puestos de mayor riesgo y fatiga. El compromiso, en definitiva, de demostrar, cuando sea preciso, que
«nuestra raza no ha muerto aún».
48 II-559