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Mientras Patton mantiene su mirada en Alemania,
sus intendentes se desesperan en su lucha
por mantener las puntas de lanza abastecidas. El
ambicioso general americano intenta “apropiarse
de todo el suministro de combustible para su
ejército”. Solicita compañías de camiones y grupos
de aviación adicionales para aumentar la
capacidad de transporte. Da a los convoyes de
aprovisionamiento de carburante la máxima preferencia,
despojando de sus vehículos orgánicos
a muchas unidades, que quedan inmovilizadas.
Incluso llega a utilizar los camiones de munición
de artillería para transportar más gasolina. El jefe
de logística de Patton, Walter Muller, no informa
de las existencias de combustible alemán capturadas
para no compartirlas. Sus “piratas” llegan a
cambiarse de uniforme y deambular por el sector
vecino del Primer Ejército para desviar valiosos suministros
de combustible. Se roba gasolina a las
compañías de transporte dejándolas desvalidas,
se utilizan aeroplanos para descubrir los envíos de
carburante y luego interceptarlos…
Pero, a pesar de estos métodos poco ortodoxos
para incrementar el suministro, la inquietud
por mantener el avance crece a medida que se
extienden las líneas de comunicación. Llega el
día en que los tanques deben detenerse, primero
durante uno o dos días, luego durante períodos
más prolongados. El combustible se ha agotado
a pesar de los esfuerzos sobrehumanos por
transportar suministros sufi cientes para mantener
al ejército en marcha. Con los carros detenidos y
Patton haciendo patente su furia a sus superiores
para que le den gasolina, los alemanes se acogen
a la protección de la Línea Siegfried. La guerra
tendrá que continuar. Es una época de amarga
decepción y tristeza. La victoria que parecía
tener en la mano Patton se ha esfumado. Expresa
su frustración de forma contundente, con la ruda
franqueza que le caracteriza: “Mis hombres pueden
comerse hasta las cartucheras, pero a los
tanques hay que ponerles gasolina”.
En ese momento, el Ejército estadounidense es
la mayor fuerza mecanizada que ha visto el mundo.
Pero esto conlleva sus problemas. Se calcula
que una División Acorazada, sólo para avanzar
por carretera, necesita doscientos cuarenta mil litros
al día. Si tiene que adentrar en el campo esta
cantidad se multiplica vertiginosamente.
La aparición del carro de combate revoluciona
el arte de la guerra. Los tanques son bestias
apocalípticas que ejercen una fascinación sin
igual, pero con un gran talón de Aquiles: sus voraces
necesidades de aprovisionamiento. Requieren
ingentes cantidades de combustible, municiones
y repuestos para sostener sus operaciones.
El barro, la falta de combustible, las averías mecánicas
y la congestión de las vías de comunicación
llegan a paralizarlos.
El predominio de los vehículos terrestres implica
una enorme presión para la logística. Antes se
limitaba a suministrar municiones y pertrechos de
boca, tarea ya a menudo abrumadora. Ahora
asume la responsabilidad de saciar la casi inagotable
sed de miles de depósitos de carburante.
A lo que hay que añadir el aprovisionamiento de
las innumerables piezas de repuesto que requiere
un ejército mecanizado. La disponibilidad de gasolina
y repuestos, no la velocidad de los carros
de combate, será el factor que limite la movilidad
de los nuevos ejércitos surgidos en las guerras
mundiales.
Mark IV expuesto en Ashford, Kent.(File:MarkIVFemaleTankAshfordKent.jpg)
60 Armas y Cuerpos Nº 148 ISSN 2445-0359