El cadete y el avion

Revista de Aeronáutica y Astronáutica 849

El cadete y el avión MIGUEL GONZÁLEZ MOLINA Capitán del Ejército del Aire Yo tenía ocho años y era el Día de Reyes, fiesta en la que los niños de mi familia, como tantas otras familias, recibíamos los regalos de los Reyes Magos. Ese año llegaron los regalos de nuestro tío americano en una caja muy grande de madera. Al abrirla, cada uno de los juguetes llevaba una pegatina indicando para quién era. Descubrí inmediatamente que uno de ellos era un precioso avión de combate y casi me volví loco de alegría. Sin embargo, en el momento del reparto de los juguetes, el caza fue para mi hermano mayor, que nunca se había interesado lo más mínimo por la aviación. Mi hermano aprovechó la ocasión para cambiarme el avión por trescientos soldados de plomo y seis carros de combate. Una semana después me declaró la guerra, invadió mi habitación y derrotó a las escasas pero valientes tropas que me quedaban. Escapé al jardín, donde me refugié con mi nuevo juguete. Era un pequeño caza de combate similar a un Eurofighter, cuidado hasta el último detalle en todas sus partes: el fuselaje, la cabina del piloto con su cuadro de mandos, el tren de aterrizaje, las alas, las toberas, el depósito de combustible; en definitiva un verdadero avión en miniatura. El material del que estaba hecho era una especie de corcho reforzado con fibra de vidrio que le hacía ser ligero para volar aprovechando sus numerosos sensores que le daban una gran estabilidad, sin afectar a su manejabilidad. También disponía de una cámara de vídeo que le permitía obtener unas imágenes aéreas maravillosas. El mando para pilotarlo desde una distancia que podía alcanzar hasta los 50 metros no desmerecía al avión por sus enormes posibilidades. Con éste, conseguía una detallada información sobre la velocidad y altura, además de las imágenes en directo que se podían ver a través del ordenador. Lancé el aparato para empezar a volar inseguro, con miedo a chocar, pero pronto mi avión y yo nos convertimos en un binomio muy sincronizado. No sólo éramos capaces de movernos en el aire en todas las direcciones, sino que hacíamos espectaculares acrobacias aéreas. Ahora estaba preparado para recuperar lo perdido. Las imágenes de mi avión me anticiparon los movimientos de las tropas de mi hermano que se dirigían hasta su habitación y debían pasar por el puente que unía el mueble del jardín con la ventana. Preparé una trampa y el puente se hundió justamente cuando buena parte de sus tropas estaban encima. No me había equivocado cuando elegí mi nuevo juguete. Ya era dueño de un trozo de cielo, del incesante movimiento de sus alas y de la magia de volar. El niño de ocho años había tocado la mano invisible de un gigante. Hoy, años después, ahora como alumno de la Academia General del Aire, cada vez que subo a la cabina de mi avión sigo sintiendo la misma emoción. • 1082 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Diciembre 2015


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