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Mirage III con sus típicos colores de camuflaje. (Imagen: Gral. Jesús Pinillos) solo que su radar te detectaba a mayor distancia y eso les daba la posibilidad de maniobrar de lejos y hacerte una pinza. Eso nos obligaba a desarrollar la imaginación para realizar maniobras imprevisibles que nos permitieran, de nuevo, entrar inadvertidos. Unos y otros lo negarán, pero caían como chinches... Bueno, quizá exagere un poco. Quizá me esté jugando una mala pasada la nostalgia y la emoción. ¡Pero tampoco es lo que hoy dicen ellos, que conste! En el combate aire-aire a veces también simulábamos el combate radárico lejano con nuestro Matra 530. Lo que ahora se llama BVR (beyong visual range), ¨mas allá del alcance visual¨, entonces era casi lo mismo que «alcance visual». Eran las limitaciones de los radares de la época. Pero eso no nos impidió que hiciéramos nuestras campañas de tiro con el Matra 530 sobre blancos «made in Manises» lanzados a mano desde los Aviocar. Tiramos bastantes y con resultados más que satisfactorios. Otra bonita experiencia. Por cierto, hablando de productos de la casa, cómo olvidar el «landecha» (lanzador de chaff) diseñado por el Rubio (general Maestre), manufacturado en Manises a partir del lanzador de cohetes LAU-100 y experimentado con éxito en el Mirage III. La innovación al poder. La plancheta nos daba algo de lo que nos sentíamos especialmente orgullosos: el navegador doppler. No todos los aviones tenían un sistema de navegación autónomo para utilizar en las misiones aire-suelo. La mayoría de los aviones no tenían una ayuda de este calibre. Evidentemente, no era ni un inercial láser ni mucho menos un GPS, su error era cercano a las 3 o 4 millas por hora de vuelo. Pero tenía su utilidad en los perfiles alto-bajo-alto (depósitos de 1300 o 1700 litros) para llevarte al punto inicial de la baja cota y para devolverte a casa. La navegación a baja cota tenía que ser visual, a rumbo y tiempo, como nos enseñaban en Talavera, y ahí estaba el auténtico mérito para llegar bien al target. Pero el navegador era una ayuda de gran valor. El único problema que tenía era la forma de introducirle las coordenadas de los puntos a los que querías ir: a base de golpes con un punzón se agujereaban unas fichas de plástico duro-durísimo («las plaquetas») que contenían la información relativa a los diferentes puntos de la ruta. ¿Los golpes para perforar las plaquetas? Sí, a mano. Teniendo en cuenta que a veces al navegador se le cargaban hasta 10 puntos diferentes y que solíamos volar formaciones de 4 o 6 aviones, el número de golpes a dar era muy considerable. Ese ruido de golpes se convirtió también en un toniquete habitual en el escuadrón; mientras los capitanes hablaban y planeaban la misión, los tenientes se Cabina del Mirage III 346 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Mayo 2018


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