P E R S P E C T I V A
DÉFICIT DEMOCRÁTICO
Fraguado en la recta final de la Segunda Guerra Mundial, el diseño
institucional de la ONU ha tenido el ambicioso objetivo de crear
una efectiva organización internacional gubernamental dedicada a
garantizar la paz y seguridad en todo el planeta. Bajo la filosofía
de la seguridad colectiva y también una combinación de las dos
principales teorías que conforman el ámbito de las Relaciones Internacionales:
el liberalismo y el realismo.
Desde el punto de vista del idealismo-liberal, Estados Unidos
y los representantes de otras 49 naciones congregados en San
Francisco durante la primavera de 1945 concibieron la Asamblea
General con representación igualitaria para todos sus miembros.
Al mismo tiempo, establecieron el Consejo de Seguridad, con responsabilidades
de obligado cumplimiento y cinco miembros permanentes.
En una decisiva concesión al realismo político, se trataba
de superar la ineficacia y falta de representación que durante el
periodo de entreguerras lastaron el antecedente de la Sociedad de
Naciones.
El Consejo de Seguridad, completado con diez miembros no
permanentes elegidos por mandatos de dos años, es una foto fija
del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Con el derecho de
veto reservado para las potencias ganadoras: Estados Unidos, Rusia,
Gran Bretaña, Francia y eventualmente la República Popular
de China. La Guerra Fría se encargaría de convertir el Consejo de
Seguridad en un pulso permanente y estéril para el antagonismo
entre Washington y Moscú. Desde la caída del Muro de Berlín y el
nuevo orden internacional emergente, la presión para una reforma
del Consejo de Seguridad se ha convertido en la gran cuestión de
todos los debates sobre el futuro de Naciones Unidas.
El argumento más repetido es que si el Consejo de Seguridad no
incluye nuevos miembros permanentes —como Alemania, Japón,
India, Brasil o Sudáfrica— se arriesga a convertirse en un órgano
anacrónico e irrelevante, con su primacía cuestionada en materia
de paz de seguridad a favor de otras instituciones y entidades. Los
fracasos acumulados en conflictos como Siria y Ucrania, o la propia
pandemia de coronavirus, junto al abuso del poder de veto, están
multiplicando la frustración que subyace en todas las insatisfechas
peticiones para reformar Naciones Unidas.
ESCENARIO DEL MUNDO
En términos geopolíticos, el mejor show del mundo es el arranque
de los debates de la Asamblea General de Naciones Unidas
(UNGA). Una cita que no suele defraudar a la hora de proporcionar
grandes momentos para la historia. Desde el zapatazo de Kruschev
hasta el discurso de cuatro horas y 29 minutos de Fidel Castro,
pasando por el dilema de Arafat (rama de olivo o fusil) o el azufre
diabólico del presidente Hugo Chávez. Sin olvidar la delirante
intervención de Gadafi en 2009, maltratando literalmente una copia
de la Carta de San Francisco. La UNGA es la institución que
representa a los 193 países miembros de Naciones Unidas, todos
ellos con el mismo peso. Entre sus prerrogativas figura aprobar el
presupuesto de la organización y adoptar tratados globales. Puede
hacer recomendaciones, pero sus resoluciones no son de obligado
cumplimiento a diferencia de lo acordado por el Consejo de Seguridad.
La cita ministerial en el mes de septiembre se conoce como
debate general. Días en los que Nueva York se convierte en una
pesadilla de seguridad y un monumental atasco.
Por la pandemia y las limitaciones de la llamada «nueva normalidad
», la cita del 75 aniversario en Manhattan —que podía haber
contado con la participación de más de 150 líderes mundiales y un
sin fin de eventos paralelos— no se celebrará en su formato habitual.
El secretario general de la ONU, António Guterres, ha reconocido
la imposibilidad logística de organizar una multitudinaria cumbre
de este tipo en una ciudad tan castigada por el coronavirus como
Nueva York. Según Guterres, «estamos estudiando las diferentes
alternativas que ofrece la tecnología digital para poder celebrar esta
Asamblea General que se correspondería con el 75 aniversario de la
ONU aunque corresponderá a los Estados miembros decidir».
EL TRABAJO MÁS DIFÍCIL
El presidente Franklin Delano Roosevelt, definió la figura del secretario
general de Naciones Unidas como lo más parecido a un «moderador
mundial». La propia Carta de San Francisco describe el puesto como su
«más alto funcionario administrativo». Y el noruego Trygve Lie, el primero
en desempeñar esas responsabilidades a partir de 1946, no dudó en
hablar del trabajo más difícil del mundo. Una idea compartida por todos
y cada uno de sus ocho sucesores. Al hilo de un mundo cada vez más
complejo, todos los secretarios generales de la ONU han desempeñado
sus responsabilidades dentro de un abanico institucional que abarca
desde el gris burocrático hasta un más o menos brillante activsimo.
58 Revista Española de Defensa Junio 2020