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declarado en el municipio de Yeste, Albacete. Este implicó progresivamente a nuestros destacamentos de Albacete, Zaragoza, Torrejón y Málaga desde el 27 de julio al 1 de agosto. Fue un incendio que se complicó bastante por la conjunción de las condiciones orográficas y meteorológicas. Las primeras impedían un apoyo eficaz desde tierra en algunas zonas por las dificultades del terreno. Las segundas se manifestaban en forma de altas temperaturas y vientos cambiantes que provocaban variaciones en la dirección de avance del incendio o que se reavivaran áreas ya extinguidas. En la zona había gran cantidad de medios aéreos desplegados, pero se podía operar sin interferencias gracias a la labor de las aeronaves de coordinación del MAPAMA. Sin embargo, para nosotros la dificultad llegó por causa de otro factor que ya hemos mencionado antes en este artículo: el bajo nivel de agua en los pantanos. Por la proximidad al área del incendio, el embalse de la Fuensanta era nuestra primera opción. Cuando nuestras tripulaciones llegaron allí, vieron que los principales ramales del pantano no eran utilizables. Ello llevó a una rápida evaluación de la situación y se decidió operar desde el embalse de El Cenajo. La consecuencia inmediata fue un incremento en el tiempo entre descargas y ello afectaba a nuestra efectividad. Este problema de falta de agua en los embalses se repetiría durante el mes de agosto en la zona noroeste de Castilla y León, y se ha convertido ya en una preocupación más de cara al futuro. Al término de julio, la actividad de extinción se traducía en un total de 141 salidas y más de 520 horas de extinción realizadas. AGOSTO: PORTUGAL CONTINUABA QUEMÁNDOSE La completa extinción del incendio de Yeste nos situó en la primera quincena de agosto. A nivel nacional se incrementaron el número de salidas para atacar incendios de diversa intensidad, principalmente en las áreas de Ourense, Zamora y Cáceres. Nuevamente, del 10 al 20 de agosto se requirió nuestro apoyo internacional en Portugal, en distintas localidades como Abrantes, Leiria y Santarem. Uno de nuestros pilotos, al regreso de la primera misión, comentó: «Allí hay trabajo para todos los aviones de la unidad y todavía necesitaríamos apoyo », lo que da a entender la magnitud de esta nueva ola de incendios. La intervención del 43 Grupo de FF.AA., como parte de la colaboración internacional de España con Portugal, Galicia 2017: batalla perdida contra el fuego Manuel M. García Benedí Teniente del Ejército del Aire Esta es la historia de una derrota. La lucha contra el fuego es así, hay días en que la naturaleza se pone en tu contra, y no hay nada que hacer. Esa quizá sea la parte más complicada de este trabajo; asumir que no vas a poder apagar todos los incendios. Y no porque no seamos buenos en nuestra labor, que lo somos y mucho, sino porque muchas veces nos enfrentamos a un enemigo muy superior. Todo comienza con una llamada. Era 5 de octubre y después de tres meses fuera de casa la campaña se daba casi por terminada; por fin podría deshacer la maleta y volver a mi rutina. Me encanta mi trabajo, pero he de reconocer que, durante los meses de verano, mi vida es un poco desordenada y dormir en mi cama, poder ir a mi gimnasio habitual y retomar algunas costumbres es algo que se agradece. Como todos sabéis, en esta institución, las necesidades del servicio a veces nos alteran los planes. Las altas temperaturas, nada habituales para esa época del año, habían llevado a tomar la decisión de prolongar la campaña de extinción, y con ello incrementar el número de aviones destacados fuera de Torrejón; en resumen, pasé a formar parte de las tripulaciones comisionadas en Salamanca debido al alto riesgo de incendio en la zona noroeste durante los siguientes días. Este tipo de decisiones son fruto de una minuciosa evaluación de factores como las temperaturas y vientos previstos y el estado de la vegetación. En esta ocasión se daban todas las circunstancias para que hubiera incendios y, como vimos más tarde, la decisión fue de lo más acertada. Éramos necesarios, sin lugar a duda: esa semana, volamos todos los días, todos los aviones, todas las horas. Con mucho esfuerzo y una perfecta organización, se podría decir que íbamos ganando. Cada día había algún incendio nuevo que tras muchas descargas conseguíamos dejar más o menos controlado los equipos de tierra se encargaban de rematarlos durante las horas que nosotros no podíamos volar. Son días intensos, física y psicológicamente exigentes, y que a cualquiera que le guste volar le encantan. Los embalses de Galicia son en su mayoría estrechos, cortos y «encajonados» entre montañas, el último sitio donde un piloto en su sano juicio se metería con un avión, pero para eso están nuestros planes de instrucción donde nos preparamos para volar en los terrenos más inaccesibles. Una dificultad añadida de los incendios que se producen después del verano es el nivel de los embalses. Cuando un embalse tiene poca agua suceden varias cosas: en primer lugar, tienes que bajar más, esos metros que el pantano pierde de profundidad, meterte más en el agujero para luego salir, y cuando vas cargado con seis mil kilos de agua, esos metros de más se notan. Por otro lado, los obstáculos que estaban sumergidos emergen y convierten en inutilizables muchas zonas del embalse, lo que limita la superficie que se puede recorrer sobre el agua. En estas situaciones, la experiencia es fundamental, necesitas haber pasado muchas horas reconociendo pantanos y practicando en zonas de carga de todo tipo para ser capaz de reconocer todo lo que te pueda afectar antes de amerizar. En este sentido, mi compañero, que apenas llevaba seis meses en la unidad, estuvo a la altura y realizó las cargas con una maestría sorprendente para alguien que apenas está empezando en esto. En vuelos tan largos, distribuirse el trabajo es fundamental y poder confiar en tu copiloto ayuda mucho a aguantar durante todo el periodo de vuelo. Bravo por él y sus instructores. Resulta chocante pensar por qué si los incendios son en Galicia, operábamos desde Salamanca. Tiene una explicación: como todo el verano, mantuvimos aviones en Santiago, pero este aeropuerto suele amanecer con brumas, techos de nubes bajos y otros fenómenos meteorológicos que no permiten despegar a primera hora. Tener aviones en Salamanca, con una meteorología mucho más benévola, aumenta exponencialmente nuestra operatividad al garantizarnos el poder salir. Los repostajes, sí los realizábamos en Santiago, lo cual nos permitía ganar casi hora y media de tiempo que nos ahorrábamos de camino, y es que, cuando hay tanta gente sufriendo no puedes permitirte regalarle al fuego esa ventaja; cuanto más tiempo pases atacándolo, más posibilidades hay de apagarlo, en ese aspecto, todos tenemos muy claro que hay que volar hasta agotar autonomía, siempre sin poner en riesgo la seguridad. 102 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Enero-Febrero 2018


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