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dossier promoción, el general Luis Ortiz Velarde, recordaría que, tras una formación poco marcial, «el comandante jefe del escuadrón de alumnos no podía transigir, fiel a su estilo e imagen, con semejante concesión a la geometría disciplinaria de la primera promoción. Nos anunció un paso ligero y... el día de Difuntos, después de comer, a la hora de instrucción, se puso a la cabeza de las tres escuadrillas, con los capitanes al frente de cada una de ellas. Iniciamos la ‘galopada’ más insólita que he sido capaz de vivir. El comandante mantenía su ritmo de fondista a lo largo de los límites del aeródromo, sin descomponer la figura. Mi capitán aherrojó su úlcera de estómago, y siguió doliente y vivaracho la infernal cadencia de paso ligero, sin hacer comentarios. Cuando llegábamos a las Tres Marías, los pulmones se me escapaban por la boca y... me rendí, me paré, me sentí poco gallardo en mi derrota. Las escuadrillas prosiguieron la carrera por la explanada de cemento que bordeaba los barracones, cada vez más distantes de mi fatiga». Este era el equipo en cuya capacidad de liderazgo confió el mando para acometer la tarea, ingente, de poner en marcha la Academia y sentar las bases de la formación de los futuros aviadores. Nada hubieran podido conseguir, no obstante, sin la ayuda de otros muchos profesionales que también, en este período inicial, trabajarían con ilusión y sin descanso en sus respectivas responsabilidades docentes o de apoyo. Por fin, tras la oportuna convocatoria la superación de los exámenes de ingreso, el día 15 de septiembre de 1945 se presentaron en San Javier los 251 cadetes de la primera promoción, entre los que se contaban 140 pertenecientes al arma de Aviación, 63 del arma de Tropas de Aviación, 19 del cuerpo de Intendencia, y 29 de los cuerpos Especiales del Ejército del Aire, a su vez divididos en 16 ingenieros aeronáuticos, seis interventores, tres médicos y cuatro farmacéuticos. Estos últimos alumnos, cuyo período de formación era sensiblemente menor, eran conocidos –genéricamente– como los «especiales», aunque el acervo cadetil pronto les adjudicó el cariñoso apelativo de «aspirinos », tan popular que aún subsiste. Esa primera promoción celebró, cincuenta años después, sus bodas de oro en la misma plaza de armas, en un acto donde su oficial más caracterizado, el teniente general Gonzalo Puigcerver Roma, antiguo JEMAD, pronunciaba durante su alocución, dirigiéndose al Escuadrón de Alumnos, unas emotivas palabras que en sí mismas encierran el éxito alcanzado y el esfuerzo empleado para ello: «cincuenta años separan a nuestras respectivas promociones... ¡Cuánto tiempo y, sin embargo, qué poco si considerarnos que no existe solución de continuidad entre ellas, porque estamos unidos por todas las promociones que cada año salen de este centro inspiradas en los mismos principios!». A partir de entonces, los acontecimientos se sucedieron. Los actos académicos adquirieron continuidad y reiteración. Una clase tras otra, un vuelo tras otro, un curso tras otro... Las promociones comenzaron a sucederse, y sus ordinales, consecuentemente, a subir año tras año. El teniente general Ignacio Martínez Eiroa describió perfectamente este proceso: «Desde entonces (1945), igual que las olas llegan a la orilla, con una cadencia rítmica y constante, las sucesivas promociones han ido llenando páginas de la escalilla hasta llegar, en el año 85, a ocuparla por completo... Y, también igual que las olas, las sucesivas promociones irán desapareciendo después de dejar impresa su huella en la arena, siempre un poco más alta... El Ejército del Aire y la Academia son como un ser vivo y su propio corazón, que a donde vayan, van juntos». La Academia, en fin, empezó a madurar y a consolidarse como centro docente militar que avanzaba, inexorablemente, por ese duro camino no exento de dificultades que supone la búsqueda de la excelencia. Una andadura durante la que también empezaron a producirse notables hitos que, a lo largo de todos estos años, han ido jalonando y dando contenido a su historia. Algunos de estos hitos son de triste recuerdo, como las pérdidas de vidas humanas sufridas por diversas causas, todas ellas igual de lamentables y dolorosas. Desgracias que han traído el dolor a la Academia en no pocas ocasiones, y que tuvieron su inicio el día 4 de noviembre de 1945, con el fallecimiento del cadete Vicente Hernández Mar- REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Enero-Febrero 2018 61


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