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dossier poco iba entendiendo que esa forma de ser era necesaria para que los ejércitos fuesen eficientes. Los fines de semana, sábado tarde y domingo entero, podíamos ir a Cartagena, pero la comunicación en tren era tan complicada y tan lenta que pocas veces bajé a la ciudad. Solía quedarme con los amigos en San Javier o alquilar una bicicleta para ir a Torrevieja. Terminadas las navidades me incorporé nuevamente a la Academia General del Aire. Continuaban los vuelos y las horas que dan experiencia. Disfrutaba volando, era para mí algo diferente de todo lo conocido. Hacíamos viajes por la región. Algunos alumnos se despistaban, se les acababa la gasolina y tenían que aterrizar en algún descampado. También se hacían viajes con profesor. En uno de ellos iba de profesor el teniente piloto José M.ª Aznar y de alumno el cadete de Barcelona Fernández Cañete. Se les paró el motor y en el aterrizaje forzoso murió el teniente; el cadete resultó prácticamente ileso. En la boda de mi sobrino José M.ª Michavila, que fue ministro de Justicia, estábamos en la mesa con Aznar en su época de aspirante a presidente. Cuando le comenté este hecho me dijo que le pusieron José M.ª en recuerdo de su tío fallecido en accidente aéreo en San Javier. El 15 de julio de 1947 salí alférez alumno. El 3.er y 4.º curso los pilotos lo íbamos a realizar en la Academia de Aviación de León. Los de tropas e intendencia continuaban en San Javier. Las siguientes promociones permanecieron los cuatro años en San Javier. ALFÉREZ ALUMNO EN LA ACADEMIA DE AVIACIÓN DE LEÓN En septiembre tenía que incorporarme a León. El cambio a León fue una liberación juvenil. La Academia era más exigente que San Javier, pero los sábados después de comer salían autobuses que en 20 minutos nos dejaban en la ciudad. León era una ciudad muy agradable, de gentes amables con los aviadores, chicas con mucho estilo, educadas, encantadoras, a las que les atraía nuestra amistad. Los aviadores éramos más alegres y simpáticos que los universitarios. Además, como éramos alféreces teníamos paga que cubría los gastos de la Academia, comida, servicios, etc., y nos quedaba alguna pesetilla para gastar los fines de semana, que dedicábamos a nuestras amistades femeninas. Al ser alféreces ya podíamos dormir el sábado por la noche fuera de la Academia. Algunos compañeros que eran ricos por casa lo hacían todos los sábados. Yo era feliz de saber que a partir de entonces no iba a vivir a costa de mis padres. Los dos años de la Academia de León fueron duros por los estudios, por los vuelos en aviones más avanzados y complejos y por el clima tan duro, pero resultaron agradables por la buena comida en la Academia y la convivencia con la sociedad leonesa. Los fines de semana, después de la comida, ponían autobuses para ir a la ciudad, y a las Buckers 68 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Enero-Febrero 2018


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