PERSPECTIVA
Transformación digital en el Ministerio de Defensa El viaje inaplazable
General de división ET José María Millán Martínez
Director del Centro de Sistemas y Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (CESTIC)
CUANDO ÉRAMOS JÓVENES Y ANALÓGICOS
Yo tuve un Seat 850 blanco. Mi amigo Jose y yo lo aparcábamos
en la avenida Escaleritas cuesta abajo, para estar seguros
de arrancarlo por la mañana. Olía a puerto y a plástico encerrado
recalentado por el sol; a playa vieja. Cuando subía las rampas de
la Isleta, aullaba el motorcillo revolucionado, entusiasmado por la
aventura, y parecía salir por entre las rendijas de ventilación un
fuego como de infierno. Llegaba exhausto arriba a la Base, rojo por
el esfuerzo, pletórico por haber conseguido un día más, auparse
a la pequeña cima.
Más que acelerar, yo le animaba con paciencia a tomar velocidad.
A partir de 60, el velocímetro era un sismógrafo en un terremoto
y la luz roja del aceite parpadeaba con tanta frecuencia que
ya no le hacíamos caso. A la izquierda, detrás del volante grande y
negro, se alineaban tres pequeñas levas que encendían las luces,
el limpiaparabrisas y la tercera ya no recuerdo, a lo mejor había
dejado de funcionar hacía tiempo y no la usaba nunca. No había
más botones. Si abrías la portezuela del motor (estaba detrás) reconocías
sus piezas como si fueran familiares: la tapa del delco, el
filtro de la gasolina, la correa de la transmisión; mi 850 era sencillo y
analógico; lo echo un poco de menos porque lo entendía y porque
era joven (yo era joven, mi 850 no).
TRANSFORMACIÓN DIGITAL ES DATOS PARA DECIDIR
MEJOR Y AUTOMATIZAR PROCESOS
El otro día, mi hijo Santi me enseñó su coche nuevo. Tiene nombre
de ciudad; su motor ruge como un león. El interior es oscuro y misterioso,
casi una nave espacial, con interruptores, luces y pantallas.
El pequeño volante gira con suavidad aterciopelada e incorpora varios
grupos de botones al alcance de los dedos. Detrás del volante
aparecen tres palancas que activan y controlan las más diversas
funciones. Un sensor enciende automáticamente las luces; otro
acciona los «limpias» cuando cae la primera gota sobre el cristal.
Cuando aparcas, la pantalla plana se convierte en una televisión
que muestra el espacio disponible detrás, la dirección óptima, el
obstáculo cercano. «La versión más lujosa, me confiesa Santi,
aparca automáticamente».
Entre el 850 de mi juventud y la juventud de mi hijo y su nuevo
coche, han pasado muchas cosas y una transformación digital.
La tecnología digital se ha adueñado del vehículo y ha arrumbado
la mecánica (que era la tecnología principal); los componentes del
motor están ocultos: funcionan con precisión controlados todos por
ordenador. El nuevo coche gestiona datos que obtiene por medio
de sus sensores y procesa gracias a cerca de veinte microchips y
semiconductores. Muestra incesantemente información en la pantalla:
kilómetros recorridos, consumo instantáneo, consumo medio,
temperatura del agua, del aceite, del exterior, del interior, cuántos
kilómetros faltan para la revisión, si falta presión en los neumáticos,
la distancia al vehículo precedente, si te sales del carril…
El aspecto interior del coche ha cambiado al incorporar la tecnología
digital, pero lo ha hecho mucho más la forma de conducir;
y esto, que no es tecnología, requiere un cambio de cultura. En
el 850 te entretenía la aguja epiléptica del velocímetro y el suave
paisaje de la isla, hecho de melaza en el habla y sol de atardecer,
mientras el aire ensordecedor entraba por la ventana. El coche de
El dato es el oxígeno que hará
funcionar los procesos de
trabajo del Ministerio y las FAS
36 Revista Española de Defensa Enero 2022