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que lo situará alrededor del punto de libración Lagrange 2, una zona de equilibrio gravitatorio que se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta, en la línea que, procedente del Sol y pasando por la Tierra, se prolonga más allá de esta última. En esta ubicación el ARIEL no sufrirá eclipses, prolongando el tiempo de trabajo continuado, y tendrá a su disposición todo el cielo en el plazo de tres meses. Es decir, cada tres meses habrá podido acceder a cualquier punto del firmamento. ARIEL será enviado hacia dicha posición a bordo de un cohete Ariane-62. Este potente vector, aún en desarrollo, tiene previsto debutar en 2020, de modo que en 2028 debería tener ya un sólido bagaje de misiones a sus espaldas. El cohete colocará a su carga en una ruta especial de escape que será corregida dos días después del lanzamiento. El telescopio ARIEL acabará su periplo maniobrando para entrar en órbita alrededor de L2. Actualmente se espera que la fase del viaje, seguida de las comprobaciones, el calibrado de instrumentos y las primeras observaciones de prueba, se prolonguen durante al menos seis meses. Una vez en el lugar previsto, el observatorio iniciará una misión que debería durar unos 4 años, contando los seis meses previos asignados a los preparativos. Cada mes, utilizará su sistema de propulsión para mantener y ajustar su órbita en torno a L2, de modo que siempre permanezca optimizada. En todo caso, el vehículo transportará reservas de combustible para extender la misión durante dos años adicionales. Al término de su periodo de actividad, los científicos esperan poder ser capaces de responder mejor a preguntas esenciales como: de qué están hechos los exoplanetas, cómo se forman estos y los sistemas planetarios en general, y cómo evolucionan los planetas y sus atmósferas con el transcurso del tiempo. Concluida la misión, la dirección del programa dispondrá de todos los resultados y preparará un catálogo extenso de espectros planetarios, abundancias moleculares, estructuras atmosféricas, gradientes químicos, variaciones estacionales y diurnas, nubes y mediciones de albedo. Con toda esta información obtendremos una clara imagen de la naturaleza química de los exoplanetas analizados, la cual podrá compararse con la de sus estrellas. Naturalmente, estos datos, que serán archivados en el Centro de Operaciones del ESAC, en Madrid, podrán ser cotejados y utilizados para completar aquellos obtenidos por otras misiones que operarán durante la próxima década, como CHEOPS, Gaia y PLATO, de la ESA, el TESS de la NASA y el James Webb Space Telescope de la NASA, la ESA y la CSA. Sin duda, los próximos 15 años estarán protagonizados por un enorme salto adelante en nuestra comprensión del fenómeno exoplanetario, de modo que podamos dirigir nuestras futuras búsquedas de vida extrasolar de una forma más coordinada y con mayores expectativas de éxito. n REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Noviembre 2018 869


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