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RESULTADOS Y CONSECUENCIAS DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO
da por hecho que la Anunciada puso rumbo al Maluco por la ruta portuguesa
porque así manifestó reiteradamente, que haría su capitán Pedro de Vera, pero
lo cierto es que no volvió a saberse nada ni de la nao ni de los hombres que la
tripulaban.
Mientras tanto, como si el dios Eolo quisiese condescender con los españoles
que tantos padecimientos llevaban acumulados, el estrecho de Magallanes los
recibió con un tiempo irreconocible por lo bonancible que se mantuvo durante
las cuarenta y ocho singladuras que les tomó atravesarlo. A lo largo de las casi
siete semanas de tránsito, no encontraron temporales ni grandes mareas ni tam-poco
vientos contrarios demasiado intensos, por lo que pudieron tomar fondea-deros
templados desde los que despachar las habituales partidas de caza y reco-lección
de alimentos, agua y leña, aunque se toparon de lleno con algunos
enemigos habituales de sus navegaciones como el frío, la nieve o las enferme-dades
que se cobraron algunas vidas, y otros que, no por inesperados, resultaron
menos molestos y lesivos, como fue el caso de los piojos, que los atacaron de
forma tan implacable que algunos hombres quedaron irreconocibles de tanto
rascarse, dándose casos de pediculosis que derivaron en costras e infecciones
que terminaron arrastrando a la muerte a algunos de ellos.
Todo lo contrario sucedió al besar los barcos las aguas del océano que Ma-gallanes
había bautizado como Pacífico, pues la dureza del temporal con que
los recibió fue tal que, de manera unánime, todos los marinos de la expedición
concluyeron que había sido el peor con el que se habían topado en toda su vida,
hasta el punto de que las cuatro naves que para entonces formaban la expedición
se dispersaron y nunca más volvieron a encontrarse.
Otra de las decisiones que Loaísa tomó en La Coruña y que causó una viva
polémica, fue la de disponer la mayoría de los alimentos a bordo de la capitana,
de manera que esta haría las funciones de nao despensa desde la que se dispen-saría
al resto de las unidades en función de las condiciones meteorológicas. Si
el tiempo era malo o un barco se perdía, esta medida podía afectar gravemente
a los expedicionarios, a pesar de lo cual Loaísa decidió imponerla para evitar
los sufrimientos que en la expedición de Magallanes supuso la deserción de la
San Antonio que, entre otras cosas, cumplía las dichas funciones de despensa,
por lo que su defección supuso la pérdida del ochenta por ciento de los alimentos
que transportaba la expedición y un enorme descalabro en la misma.
En estas condiciones, cuando las cuatro unidades de Loaísa se perdieron de
vista una vez alcanzado el Pacífico, el más perjudicado fue el pequeño Santiago,
en ese momento al mando de Francisco de Hoces, que había desembarcado de
la San Lesmes por un problema de salud, y cuando se recuperó fue nombrado
capitán del patache. La situación a bordo era dramática: la tormenta, que se
había llevado a cuatro marineros, dejó sin gavias a la pequeña unidad y, por
tanto, sin posibilidad de tomar el viento, a pesar de que los carpinteros trabajaban
a machamartillo para sustituir las gavias. Con el miedo instalado en el cuerpo
de los marineros que habían visto lo fácil que le resultaba a la mar arrebatarlos
374 Agosto-septiembre