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REVISTA DE AERONAUTICA Y ASTRONAUTICA 845

bergar al 461, los Zorros, y a la Jefatura de Fuerzas Aéreas. En el vestíbulo de los vestuarios se instaló una fuente de cerámica manisera y piedra volcánica que, además de elegante, sirvió de pila “bautismal” de los recién “sueltos” o “resueltos”. Aunque los F-1 de dotación fueran los EE, los empezamos a disfrutar mucho después de la llegada oficial de los mismos a España y una vez que todos los aviones recibieran el pertinente tratamiento anticorrosión. Durante meses estuvimos volando los “lagartos” de Albacete y consumiendo bastantes horas en relevarlos antes de que la corrosión les hiciera mella. En estos primeros vuelos a/desde la Península, sometidos mucho tiempo a temperaturas exteriores muy bajas (e interiores, ¿verdad, Tomiky?), existía la posibilidad del “engelamiento de cañas” y que parte del combustible quedara atrapado en alguna celda sin posibilidad de su consumo (problema que se solventó posteriormente y no antes de que algunos lo padeciesen). Como primera medida para evitar la corrosión, todos los aviones pernoctaban bajo techo, dispersos por los diferentes hangares de la base, y a sus motores se les aplicaba la correspondiente “preservación” semanal. También se consumieron bastantes horas de vuelo en controles de calidad para la evaluación del programa ALERCAN, y de “cuatripata” en la confección de sus “polinomios”. Los expertos en informática estarían en el Grupo de Alerta y Control, pero hubo “visionarios” aficionados que, ya fuera con un ordenador “Spectrum” o el más avanzado “Comodore” (¡64 K de memoria!), fueron capaces de confeccionar muchos programas de gran provecho para la unidad. Los menos iluminados se harían cargo de la Escuadrilla de Policía, Preparación de Vuelos, el Servicio Marítimo, de echar una mano en la Plana Mayor o Fuerzas Aéreas y todos, iluminados incluidos, de ejercer de Inspector de Cocina, participar en los arqueos de caja, ser nombrados vocal de un Consejo de Guerra o instructor de reclutas o de diligencias previas de alguna causa. Hay que reseñar que los aviones procedían de diversas “tranches” y que cada una tenía su peculiar disposición de cabina, amén de la de los dobles mandos. Hasta que no estabas dentro, no sabías cómo debías ponerte las jarreteras, dónde estarían los interruptores de las bombas de combustible, el de la dirigibilidad o el indicador de los souris; tampoco si el radar sería “Eme” o “Gomme Clutter” ¡todo un monumento a la ergonomía! La modernización del avión traería consigo la normalización de la cabina, mas las palancas del tren y flaps seguirían siendo idénticas, así como las de abertura de la cúpula y la del despliegue del paracaídas de frenado. Hasta que no estuvo implantada la REDMICAN (y posterior integración en el Sistema Conjunto de Telecomunicaciones Militares), para facilitar la comunicación con Los Llanos, en ambas bases se instalaron sendas emisoras de HF; se estableció una línea de transporte especial Albacete-Gando, y se destacó a un oficial de enlace que resolvió no pocas papeletas. Los intercambios de pilotos constituyeron un elemento fundamental para la normalización y fuente de mutua riqueza profesional y humana. En poco tiempo estuvimos operativos y empezamos los servicios de alarma de orto- ocaso desde un hangar, como barracón, y un precario habitáculo que hacía las veces de centro de alerta: atrás quedaban los servicios en Papayo con la libreta de emergencias listos para ayudar por radio al que padeciese una. En esos servicios, más de uno, enredando con la consola UPA 35, si no consiguió el nivel de” Experto” en GCI, al menos hubiera sacado el “Capaz”. Desde el principio participamos en cuantos ejercicios o maniobras nuestra presencia fue requerida. Las colaboraciones con el ET y la Armada eran habituales. Las jornadas como FAC o ALO conviviendo codo a codo con ellos, inolvidables, especialmente las vividas con nuestros compañeros artilleros de la antiaérea, que no “antiaéreos”. La posibilidad de que se llevara a cabo una “Operación Baila” nos hacía volar con configuraciones pesadas (autentico ladrillo volante) a la par que obligaba a los armeros a una actividad inusual. Durante los destacamentos de tiro, primero en Albacete y posteriormente Zaragoza (¡ah, el iglú y el “Junco”!), además de las misiones a los polígonos de Caudé o Las Bardenas se aprovechaba la ocasión para efectuar navegaciones a baja cota y combates disimilares (y 638 REVISTA DE AERONÁUTICA Y ASTRONÁUTICA / Julio-Agosto 2015 dossier


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