Según la Ordenanza de 1739, la inspección
de la Academia corría a cargo
del Ingeniero General, a quien sustituía
en su ausencia el Ingeniero Director
de Cataluña. La dirección y enseñanza
se confió a cuatro oficiales del
Real Cuerpo de Ingenieros. El director
era el responsable de las enseñanzas
y del funcionamiento de la Academia;
presidía los exámenes, llevaba el control
de los alumnos y debía entregar trimestralmente
las notas de los mismos
al ingeniero general. Se encargaba de
explicar la tercera clase, dedicada a la
enseñanza teórica (la cuarta hora se
dedicaba al dibujo), aunque podía intervenir
en las clases y explicar lo que
considerara conveniente. El número de
alumnos de cada curso se fijó en 18
oficiales, 18 cadetes y cuatro caballeros
particulares; habían de tener entre
15 y 30 años de edad y ser españoles.
Para ingresar en la Academia el director
tanteaba sus talentos e inclinaciones
y hacía volver a sus unidades a
aquellos que no superaban su examen.
El 29 de diciembre de 1751 el rey
Fernando VI promulgó un nuevo
reglamento para la Academia, cuyo título
completo era el de Reglamento,
Ordenanza e Instrucción de su Magestad
para la subsistencia, régimen y enseñanza
46 / Revista Ejército n.º 955 • noviembre 2020
de la Real Escuela o Academia
Militar de Matemáticas establecida en
Barcelona y las particulares de Orán y
Ceuta, unas y otras al cargo y dirección
del Cuerpo de Ingenieros, para la enseñanza
de los oficiales y cadetes del
Exército. En ella se reafirmó el papel
decisivo del director de la Academia
en la organización de las enseñanzas.
El cuadro de profesores se aumentó
en dos oficiales de ingenieros más. Se
dejaba al director sin clase alguna para
cuidar de todas ellas. Los profesores
no estaban autorizados a cambiar ni
alterar los programas de las asignaturas.
Cualquier modificación en el temario
debía contar con el visto bueno
del ingeniero general.
La Ordenanza de 1739 estructuró los
estudios de la Academia de Barcelona
en cuatro cursos de nueve meses
cada uno, que debían estudiarse en
tres años, con un temario completo
de ocho tratados.
En los dos primeros cursos los alumnos
estudiaban las partes de que debe
hallarse instruido cualquier oficial del
Ejército para ejecutar los aciertos en
los encargos que se le confiaren, que
estaban recogidos en los tres primeros
tratados (Aritmética, Geometría
elemental, Trigonometría y geometría
práctica). Una vez aprobados ambos
cursos, los alumnos que eran oficiales
del Ejército regresaban a sus regimientos
respectivos provistos de un certificado
de idoneidad, que les servía para
sumar méritos en su carrera, y se les
encargaba de enseñar matemáticas a
otros oficiales y cadetes de su unidad.
Los alumnos procedentes de paisano
regresaban a sus domicilios sin derecho
alguno, pues el único objeto con
que se les admitía en la Academia era
el de difundir los conocimientos matemáticos
por el país.
Aquellos alumnos que deseaban ingresar
en los Reales Cuerpos de Ingenieros
o Artillería (estos últimos hasta
1751) pasaban a los dos restantes
cursos para estudiar lo demás que
han de saber un ingeniero y un oficial
de Artillería para el desempeño de sus
empleos, cuyos temas estaban recogidos
en los cinco tratados restantes
(Fortificación, Artillería, Cosmografía,
Estática y Arquitectura civil). El cuarto
curso tenía un carácter eminentemente
práctico; aunque se titulaba Curso
de Dibujo, no solo se aprendía a dibujar,
sino que se estudiaba la formación
de proyectos de edificios civiles y militares.
Los alumnos aprobados en el
cuarto curso tenían dos meses para
debatir con el inspector del Real Cuerpo
de Ingenieros y el director de la Academia,
a fin de que estos eligiesen a los
tres mejores alumnos, quienes debían
disertar en público sobre los temas
que les tocase en suerte. Se concedían
tres premios en votación secreta, que
eran entregados solemnemente por el
Capitán General de Cataluña.
Los primeros libros que adquirió la
Academia de Barcelona fueron sin
duda los títulos que tenía la Academia
de Bruselas, desaparecidos de
este centro probablemente tras la
conquista de la ciudad por las tropas
austríacas. Incluían con total seguridad
copias de las obras de Fernández
de Medrano y del capitán Mauleón.
No obstante, pronto se sintió
la necesidad de contar con nuevos
Real Ordenanza de 1718