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En la Edad Media la frontera del Sáhara
sube hasta las orillas del mar con la
llegada del poder musulmán, nacido
en los desiertos arábigos, y en Europa
las repúblicas de Génova y Venecia
desarrollan gigantescos imperios
comerciales, el primero hacia las rutas
terrestres de la seda, que vienen
desde la Eurasia profunda, y el segundo
controla las rutas marítimas que
llegan desde el lejano Oriente. En el
mundo islámico se asiste a la llegada
de los mogoles hasta Bagdad y su rápida
islamización.
De estos mogoles surgirán nuevos
imperios, como el breve y sangriento
de Tamerlán, un guerrero de origen
turcomano a quien Enrique III de
Castilla enviaría un embajador a Samarcanda.
Apenas empezaba el siglo
xv, pero las rutas del comercio y
la política ya eran viejas entonces. El
Imperio mogol, allá por el siglo xiii,
comprendía toda la China actual,
Asia central china y soviética, Irán,
Iraq y gran parte de Rusia y de la India,
es decir, el mundo de Mackinder.
Otras hordas turcas al servicio mogol
descenderían hasta la península
de Anatolia para allí crear un gran
imperio, el otomano, que durante siglos
sería el más importante en Eurasia
y marcaría el devenir del Islam
cuando el sultán decidió inclinarse
hacia la confesión sunita. Esas dos
sensibilidades, aparentemente de
la misma cuna, marcarían dos percepciones
del mundo desde un sentimiento
nacional de carácter imperial,
Turquía y Persia, a través de las
cuales aún hoy se manifiestan dos
direcciones geográficas y políticas
que bordean el centro dominado durante
siglos por el Imperio ruso y sus
sucesores.
En el centro eurásico nos encontramos
en los últimos siglos con
ese Imperio ruso siempre buscando
zonas colchón bajo su dominio o
control que sirvan para preservar el
corazón del país, entendiendo esto
como el asiento de su centro de gobierno.
Con esta premisa resistieron
a los caballeros teutónicos, a Napoleón
y a Hitler, y también con este
pensamiento se extendieron hacia
el este hasta controlar la hoy estadounidense
Alaska.
Putin no ha cambiado esa estrategia
y considera la línea entre mares, Báltico
y Negro, como fundamental para
esa estrategia histórica, de ahí las
repúblicas satélites europeas tras
la Segunda Guerra Mundial y también
la construcción arbitraria en el
otro confín, en límites y etnias, de las
repúblicas de Asía Central que hoy,
pese a todo, parecen querer recobrar
su importancia geoestratégica.
La anexión de Crimea se enmarca en
la misma línea estratégica.
LA EDAD CONTEMPORÁNEA
Los últimos siglos vieron un primer
imperio global, el ibérico, con españoles
que alcanzan y conquistan
América y, más importante, descubren
el Tornaviaje2y con ello empequeñecen
el mundo. Por su parte,
los lusos doblarán Buena Esperanza
y alcanzarán las costas de la India
e instalarán un fructífero comercio.
Tras ellos, los británicos fundan un
duradero y casi global imperio que
inicia su declive con la independencia
de los EE. UU. y que alcanza su
ocaso con la larga contienda entre
los totalitarismos y las democracias
liberales que abarca desde 1914
hasta la caída del Muro de Berlín en
1989.
En la zona sur del pivote geográfico la
situación comercial, la ruta principal
de la seda, fluctuaba en función de la
política, y así vemos que la edad dorada
coincide con aquella época de
casi completa dominación de los herederos
de Gengis Kan, siglo y medio
que acaba con la caída de Constantinopla
en manos osmanlíes y el cierre
de la ruta terrestre y en parte de
la marítima.
Los últimos siglos conocerán el crecimiento
del Imperio ruso, después
soviético y el decaimiento de China
casi en autoaislamiento después de
los viajes del almirante Zheng He en
la primera mitad del siglo xv. China
no reaparece hasta que el comercio
británico se interesa y promueve las
ignominiosas guerras del opio, que
difícilmente los chinos llegarán nunca
a olvidar.
EL AUGE DE LAS CIUDADES
En muchos de esos períodos asistimos
a etapas en las que surgían ciudades
estado o ciudades semiindependientes.
Los ejemplos clásicos
los encontramos en las ciudades helenas,
en las ciudades estado italianas,
como Venecia o Florencia, entre
otras, sin olvidar las ciudades imperiales
centroeuropeas, como Estrasburgo,
por ejemplo, o las de la Hansa
germánica. Son múltiples los ejemplos
que podemos encontrar y si analizamos
el fenómeno descubrimos
que siempre existe detrás una potente
actividad comercial que se apoyaba
en unas buenas comunicaciones
en cada época, marítimas, fluviales o
incluso terrestres.
Otra de las características ciudadanas
del mundo antiguo era la protección.
Sus ciudadanos vivían intramuros
y su zona de influencia llegaba
hasta donde se llegaba en el día, y
allí también se encontraba la zona de
producción alimenticia. Su existencia
era precaria, pues si eran exitosas
pasaban a ser del interés de algún
poder superior, pero si lograban
resistir podían llegar a ser imperio
ellas mismas, como en el caso paradigmático
de Venecia.
El ejemplo italiano es uno de los más
estudiados ya que allí el fenómeno
Según el concepto
del «pivote
geográfico de la
historia», definido
por Harold
Mackinder allá
por 1904, todo
pivotaba sobre la
«tierra corazón»,
que él identificaba
con Asia Central