REVISTA EJÉRCITO
N.º 956 EXTRAORDINARIO NOVIEMBRE
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Como ya se ha apuntado anteriormente,
a medida que los conflictos
en Afganistán e Irak se reducen en
intensidad, el Ejército de Estados
Unidos se fija de nuevo en las operaciones
de combate a gran escala.
Prueba de ello la tenemos en la publicación,
en 2017, del Field Manual
3-0, Operations, donde se lleva a
cabo una profunda revisión y análisis
de los requisitos operativos para hacer
frente a los desafíos de los escenarios
futuros. Entre las principales
conclusiones, se manifiesta la clara
necesidad de potenciar los fuegos
operacionales, ya que, a diferencia
de lo acaecido en las operaciones
militares recientes, estos serán de vital
importancia para impactar de forma
decisiva en el desarrollo de una
campaña. En este sentido, cabe destacar
las lecciones identificadas de
la guerra ruso-ucraniana de 2014,
donde se aprecia la importancia del
uso de los fuegos y, por ende, de la
capacidad de la artillería para alcanzar
efectos significativos en el desarrollo
de la campaña. Se demuestra
que el empleo de la artillería, unido
a los efectos no letales, constituye
un requisito esencial para las operaciones
futuras de combate a gran
escala.
El cambio en el enfoque doctrinal
hacia las operaciones de combate a
gran escala impulsa, a su vez, la necesidad
de establecer cambios en la
táctica y los procedimientos específicamente
artilleros. El carácter cambiante
de la guerra implicará modificar
los requerimientos necesarios
para hacerle frente, como la necesidad
de contar con la capacidad de
fuegos en masa ya desde el nivel batallón.
Asimismo, se prevén importantes
desafíos como consecuencia
de la previsible capacidad A2/AD,
unidos a una mayor amenaza de contrabatería,
lo que transformará la forma
en que la artillería deba combatir.
Operar en un entorno potencialmente
degradado, con comunicaciones
y señal GPS limitadas, supondrá un
auténtico desafío para las fuerzas
intervinientes, por lo que uno de los
factores cruciales para asegurar una
mayor probabilidad de éxito será la
capacidad de disuadir los sistemas
de fuego indirecto enemigos o, en su
caso, neutralizarlos en profundidad.
En este sentido, derivado del esfuerzo
realizado en las últimas décadas en
la ejecución de operaciones de contrainsurgencia,
lo más preocupante
para el Ejército estadounidense es
su limitada superioridad en determinadas
capacidades, entre las que
cabe destacar, por ser insuficientes,
los fuegos de precisión de largo alcance.
A pesar de que los sistemas
de artillería del Ejército de Estados
Unidos hayan recibido mejoras técnicas
y mecánicas desde la década
de los noventa, siguen siendo fundamentalmente
los mismos, ya que
estas mejoras se han centrado básicamente
en la digitalización de sistemas
y controles. Sin embargo, como
ya hemos visto, durante este mismo
período, el Ejército ruso ha complementado
el desarrollo de nuevos sistemas
con la puesta en servicio nuevamente
de sus sistemas de armas
más obsoletos, entre los que destaca,
por ejemplo, la reciente reactivación
de sistemas de largo alcance y
gran calibre, como el cañón 2S7 Pion
(203 mm).
Por ello, para poder valorar realmente
en qué situación de inferioridad se
encuentra el Ejército norteamericano
con respecto a sus potenciales adversarios,
nos detendremos para ver
grosso modo las capacidades artilleras
con las que cuenta, especialmente
en los niveles división y cuerpo de
ejército.
Cañón ruso 2S7 Pion. Fuentes abiertas