Mujer iraní colocando en la frente de un voluntario una banda con una inscripción religiosa
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carecían de instrucción militar pero
tenían un arma moral con una fuerza
nada desdeñable: la disposición a
matar y, sobre todo, a morir.
Los voluntarios ceñían sus cabezas
con cintas de color rojo en las que
figuraba la inscripción en farsi «Sar
Alá» («guerreros de Dios»). El simbolismo
de estas bandas no se circuscribía
únicamente a su color, el de la sangre,
sino que tenía un mayor alcance.
Con esta acción imitaban a Abu Dujana,
un destacado sahaba (compañero
del profeta Mahoma). Según la tradición
islámica, este notable guerrero,
que llegó a combatir con una espada
cedida por el propio Mahoma, rodeaba
su frente con una cinta roja conocida
como la venda de la muerte.
Muchos de estos individuos pasaron
a engrosar las filas de la organización
paramilitar compuesta por voluntarios,
conocida como las milicias
Basij («Movilización»). Estas últimas,
cuyo nombre oficial era Fuerza de Resistencia
Basij (Nirouye Moqavemate
Basij), idearon, siempre bajo el ejemplo
del martirio de Hussein, un método
de combate denominado oleadas
humanas. Esta táctica consistía en
grupos de personas que se dirigían al
frente atravesando campos de minas
y recibiendo el fuego desde las posiciones
iraquíes. Estas masas iban armadas,
la mayor parte de las veces,
únicamente con su fervor religioso y
con una llave colgada al cuello, que
simbolizaba la llave que abriría las
puertas del Yanna, antesala del Firdaws.
Las masas de
combatientes
iranies iban
armadas, la
mayor parte
de las veces,
únicamente
con su fervor
religioso
Antes de cada ofensiva militar, el Estado
Mayor iraní hacía disponer tras
la línea del frente una cifra de ataúdes
cercana a las 50 000 unidades, de
los cuales se usaban la mayor parte.
Las bajas no eran repartidas de manera
equitativa entre la sociedad iraní.
Mientras las familias burguesas
enviaban a sus hijos al extranjero, los
vástagos de las agrupaciones familiares
menos pudientes engrosaban
el interminable corolario de mártires
al ser llamados al frente. Muchos de
estos jóvenes, fervientes seguidores
de Jomeini, a quien habían apoyado
durante la revolución islámica, se consideraban
guardianes de las esencias
del chiismo y deseaban tomar parte
en los combates.
El Basij no dudó en emplear a menores
en las oleadas humanas y recurrió,
por enésima vez, a la hábil combinación
de la exaltación religiosa con la
propaganda política. Se buscó una
fórmula para no «privar» a ciudadanos
de corta edad, muchos de ellos
niños, de la oportunidad de alcanzar
el martirio.
La propaganda gubernamental describió
de manera hagiográfica las hazañas
de dos niños, Behnam Mohammadi
y Mohammad Husein Fahmideh.
El primero de ellos, de 13 años de
edad, era natural de la ciudad de