TEMAS GENERALES
fuera él quien con mayor claridad se atreviera a poner el dedo en la llaga,
señalando a la táctica, aún más que la logística, como la gran culpable de la
derrota y aventurándose a pronosticar que «... se perderán todos los combates
de escuadra mientras estén apoyados en la formación y el orden dentro de los
combates». Sus reflexiones no tienen desperdicio: «... un francés y un español,
obrando bajo un sistema que propende a la formación y el orden dentro del
combate, entran en él vacilantes, con el continuo cuidado de si verán o enten-derán
la señal del general para tal o tal movimiento; y están, por tanto, irreso-lutos
para tomar por sí el partido que las circunstancias les presenten favora-ble
» (4).
Es importante recordar que este grave defecto táctico había sido común a
ingleses, franceses y españoles en la guerra anterior. Sin embargo, los almiran-tes
británicos, incluso antes de la llegada de quien mejor personalizaría sus
virtudes —Horacio Nelson, claro— ya habían conseguido liberarse de la obse-sión
por la línea de fila, un procedimiento táctico ya entonces superado que,
aplicado al combate entre escuadras numerosas, llevaba décadas mostrándose
ineficaz para conseguir resultados decisivos en el enfrentamiento.
Para nuestra desgracia, fue una nueva generación de marinos británicos, y
no los nuestros, la que se atrevió a superar la rigidez de la doctrina entonces
vigente y logró devolver a la táctica su verdadera función: provocar situacio-nes
favorables que contribuyan a hacer posible la victoria. Y para alcanzar ese
objetivo con las armas y buques del siglo XVIII, bien valía la norma que
Nelson hizo pública en el memorando que envió a sus comandantes antes de
la batalla de Trafalgar: «Ningún comandante se equivocará mucho si pone su
buque al costado de un enemigo».
Armados con estas reflexiones, quizá entendamos mejor lo ocurrido en
cabo San Vicente. El teniente general Morales, que estaba al mando de la
vanguardia española, no vio las órdenes de su jefe —órdenes que debían
haber sido innecesarias a la vista de la situación— y no supo o no pudo
apoyar a los seis buques en apuros. En clara inferioridad numérica local, se
perdieron el San Nicolás, el San José, el Salvador del Mundo y el San Isidro,
y si los otros dos fueron rescatados se debió a que unos pocos comandantes sí
consideraron su deber acudir a apoyar a los buques bajo el fuego. Entre ellos,
Cayetano Valdés que, cuando llegado a la escena del combate vio que el
Santísima Trinidad, con más de 300 bajas a bordo y abrumado por el número
de navíos británicos, arriaba su bandera, le amenazó con considerarlo enemigo
gloria de las Reales armas». Personalmente, tengo la convicción de que todos estos oficiales, y
otros muchos que fueron sancionados con penas menores, habrían sabido morir en sus puestos
de haber sido ellos los acorralados por los británicos.
(4) El capitán de navío Fernández Duro recoge con visible admiración las valientes refle-xiones
de Grandallana en el volumen 8 de su obra Armada española desde la unión de los
reinos de Castilla y de Aragón.
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