TEMAS PROFESIONALES
Se pueden hacer muchos comentarios a la estrategia británica, pero no
puede negarse que se trata de un trabajo original, producto de una reflexión
estratégica, que marca unos objetivos claros, que su elaboración ha sido inclu-siva,
participando la amplia comunidad estratégica del país, y que su imple-mentación
estará sujeta al escrutinio público y político. En otras palabras, una
estrategia ambiciosa para una potencia media, quizás demasiado. Todas las
revisiones de la defensa británica son recordadas por la brecha que generan
entre los objetivos propuestos y los medios para llevarlos a cabo. Y esta
tampoco será la excepción. A pesar de su coherencia interna, su memoria
económica adjunta o la partida extraordinaria para financiar la programación
militar, son muchos los indicios que sugieren que estos objetivos no se alcan-zarán,
no solo porque los planteamientos son excesivamente ambiciosos y
difícilmente podrá mantenerse —aunque sea combinando las distintas herra-mientas
del poder nacional— una presencia suficientemente significativa en el
área euroatlántica y en el este de Suez, sino también porque deberán priorizar-se
unos recursos, siempre escasos, entre distintas líneas de acción. Quizás, el
primer ejemplo de ello se observa con la reducción de la ayuda al desarrollo,
algo que puede restringir las opciones estratégicas y reducir el poder blando
británico y a la vez aumentar la competición entre administraciones. Otro
asunto se vincula con la implementación del enfoque integral a todas las esfe-ras
de la Administración y de la sociedad británica, ya que ello deberá superar
inercias burocráticas, culturas organizativas y desconfianzas personales entre
los distintos actores implicados.
Finalmente, destacar la omisión deliberada de la UE como interlocutora y
aliada en las iniciativas para modelar el entorno internacional y afrontar retos
globales. Aunque esta organización continúa siendo un enano político y un
gusano militar y la tan cacareada «autonomía estratégica» no parece tener
plasmación real, en materia regulatoria, medioambiental, comercial, humani-taria
o de poder blando, mantiene su posición como actor relevante. También
un socio necesario, tal y como ha puesto de manifiesto algo menos glamuroso
diplomáticamente como es el desabastecimiento alimentario o energético. Sin
embargo, la principal demostración de que esta ambición puede no correspon-derse
con la realidad se vincula con su vocación de potencia media con
proyección global en un contexto de competición entre dos grandes potencias,
y más concretamente en haberlo fiado casi todo a la «relación especial» con
Estados Unidos. En los albores de la Guerra Fría, Londres pretendió conver-tirse
en la tercera potencia del sistema hasta que la crisis de Suez le indujo a
establecer esta relación con Washington. Hoy, Whitehall ha alineado su acción
exterior con la Casa Blanca para proteger el orden liberal, consolidarse como
su interlocutor europeo y apoyar su presión sobre China. Tras unos inicios
poco prometedores, como fue la salida de Afganistán, la gran prueba de fuego
de esta nueva «relación especial» ha sido la firma del AUKUS entre Australia,
Reino Unido y Estados Unidos para proyectar la estabilidad en el Indo-Pacífico
518 Abril